Página/12 Special
Página/12:
“El juicio fue la suma de la historia”
CARLOS ROZANSKI, PRESIDENTE DEL TRIBUNAL QUE CONDENO A MIGUEL ETCHECOLATZ
Fue uno de los funcionarios judiciales que recibieron amenazas. Dice que si las intimidaciones logran que no trabaje, están haciendo efecto. Y que más allá de lo que ocurra con López, los juicios contra los represores son irreversibles. Habla de la protección a los testigos, del testimonio del albañil desaparecido y fundamenta por qué en la Argentina hubo un genocidio.
Por Werner Pertot
Domingo, 01 de Octubre de 2006
Están a la vista. De uniforme. Los dos custodios observan cada auto que pasa por la calle que lleva a la casa del juez Carlos Rozanski. Son la única marca visible que dejaron las amenazas que recibió el presidente del Tribunal Oral Federal 1, tras la condena a reclusión perpetua al ex director de Investigaciones de la Policía de Ramón Camps, Miguel Osvaldo Etchecolatz. Para el juez, ni las cartas intimidatorias que recibieron en sus despachos distintos jueces y fiscales esta semana ni la desaparición del sobreviviente Jorge Julio López pueden detener ya los juicios por crímenes de la dictadura. “El Estado argentino y la sociedad civil permitieron que se iniciaran los juicios. Y eso es irreversible. No se modifica con amenazas”, señala. En diálogo con Página/12, plantea a partir de la experiencia del juicio algunas medidas posibles para proteger a los testigos que fueron víctimas del terrorismo de Estado.
Fuera de la custodia, su casa transmite tranquilidad: el viento juega con los pinos de su patio, mientras el magistrado explica los alcances del fallo que firmó junto con los jueces Norberto Lorenzo y Horacio Insaurralde, en donde sostiene que los crímenes de Etchecolatz fueron “en el marco del genocidio cometido entre 1976 y 1983”. Rozanski suele tener un estilo campechano para expresarse, pero se pone serio a la hora de hablar de la sentencia a la que le dedicó casi todo su tiempo en los últimos meses (los cientos de fojas con las que se escribió el fallo de 400 páginas todavía reposan en su escritorio).
Con 55 años, Rozanski es el primer juez federal nombrado por concurso por el Consejo de la Magistratura. Fue titular de la Cámara del Crimen de Bariloche y participó en el Consejo de la Magistratura de Río Negro. Como especialista en legislación sobre maltrato y abuso infantil, es el autor del libro Denunciar o silenciar y del texto de la ley que modificó el Código Procesal Penal para que los menores víctimas de abuso sólo puedan ser interrogados por especialistas y en una Cámara Gesell. De allí provienen los planteos que hace con respecto al cuidado de los testigos en las causas de derechos humanos. “Hay que sacar el tema de la protección exclusivamente de la presencia de un hombre armado al lado”, evalúa.
–¿Cómo recibió la carta con la que lo amenazaron?
–Llegó al tribunal. Es personal, pero llegó a mi despacho.
–¿La amenaza detalla que lo han estado siguiendo?
–Del contenido prefiero no opinar, porque justamente eso es lo que está analizando el juez (Arnaldo) Corazza. Parecería que el resto de las amenazas tienen un tenor parecido, incluso en su origen, entonces es interesante que lo analicen. Por eso prefiero no comentarla.
–¿Por qué cree que se producen ahora estas amenazas a jueces y fiscales?
–Acaba de terminar el primer juicio en 25 años por estos temas y comienzan los otros. En el caso de los jueces, debemos mantenernos en contacto con lo cotidiano y las amenazas son una realidad, pero tenemos que poder establecer la distancia que permita que sigamos con nuestra actividad. El punto de inflexión es ése: si la amenaza logra que uno no trabaje, entonces está haciendo efecto. No significa que no las sienta. Es doloroso, pero se debe buscar ponerla en el lugar que corresponde como un delito calificado en un contexto específico y darle la dimensión que tiene. Ni más, ni menos.
–¿La desaparición de López puede dañar los futuros juicios por crímenes del terrorismo de Estado?
–No. En mi opinión, no. El caso es extraordinariamente grave. Pero por más tristeza que nos produzca, no altera el avance de los juicios. El Estado argentino –no hablo de un gobierno ni un gobernador, sino de la totalidad del Estado– y la sociedad civil permitieron que se iniciaran los juicios. Y eso es irreversible. No estoy hablando de cómo termina el caso López, porque lo desconozco. Hablo de las razones por las que creo que es irreversible. No se podría haber hecho este juicio si la República Argentina no hubiera estado en condiciones. Es la suma de una historia. Y esto no se modifica con amenazas. Eso lo vemos en la reacciones en la calle, en las marchas, en los pronunciamientos institucionales de la Corte Suprema, del Ejecutivo y el Legislativo. La respuesta ha sido inmediata.
–¿Se inclina por la hipótesis del secuestro o la del shock emocional?
–No. Me inclino por la gravedad. No puedo pensar que le haya pasado algo, porque soy parte del juicio, porque lo escuché y porque valoré su testimonio. Cuando se inicia un juicio de esta naturaleza, con 130 testigos, no se le puede imponer a nadie una custodia que no pidió. Aunque no sea un tema de derechos humanos, no se puede. Y menos en estos casos, porque el acusado era comisario general de la policía y la custodia es policial. Pero no sólo desde el punto de vista institucional, porque evidentemente los que hoy podrían custodiarlo todavía no habían nacido. Me estoy refiriendo al punto de vista del propio testigo, que es lógico que pueda tener desarrollado ciertos mecanismos que lo hagan rechazar la custodia. Esto no tiene que ver con no protegerlo.
–Otra hipótesis es el shock emocional que podría haber sufrido López. ¿Cómo lo vio cuando declaró?
–Bien. Es un testigo sólido, con la mezcla de cosas de quien sufrió traumas enormes y los tiene que revivir treinta años después. Había coherencia aun en el dolor que produce el testimonio. No solo en su declaración, sino en las inspecciones oculares. Estuvo en casi todas y señaló lugares específicos que él había descripto. Llegamos al lugar y la palmera que él relató estaba y el techo de tejas estaba. Todo eso significa una coherencia, en el medio de la angustia que genera el juicio.
Protección integral
–¿Qué medidas se deben tomar para proteger a los futuros testigos?
–Las medidas futuras con los testigos es uno de los desafíos en esta etapa. Hay que definir cómo se protege a los testigos, que no las puede determinar un policía, un abogado o un juez independientemente.
–El Ministerio del Interior y la Procuración están haciendo un listado de los testigos para asignarles custodia...
–Sí, eso está bien. Marca una preocupación genuina de los poderes del Estado. Pero sería interesante que esto se viera en una perspectiva que no se tiene cuando se habla de un testigo tradicional. Tiene características especiales, que las tiene que definir un equipo desde distintas disciplinas. Tiene que ser en conjunto.
–¿Qué características tiene una víctima del terrorismo de Estado?
–Todas las personas que sufrieron traumas de cualquier tipo generan mecanismos de defensa, que varían según el trauma, la persona y cómo sea contenida. En el caso del terrorismo de Estado, vimos a los testigos en la causa en la que se juzgó a los ex comandantes, en la causa 44 (en la que se condenó a Etchecolatz por 91 casos de tormento) y en este juicio. Llevamos veinte años en contacto y siguiendo la evolución de los testigos. Es inexorable el paso del tiempo, que en algunos casos juega en contra y en otros a favor, porque se han podido elaborar cosas que en otro momento no se podían decir. Hay gente que no podía antes y no puede ahora. Hay algunos que pudieron siempre. Otros podían antes y ahora no pueden. Las infinitas formas de elaborar un trauma obliga a que se preparen estrategias que protejan integralmente. Hay que sacar el tema de la protección exclusivamente de la presencia de un hombre armado al lado.
–¿Usted apunta a la revictimización de los testigos?
–Sí. Por eso digo que tenemos que definir qué es proteger. Si comprendemos la dimensión del sufrimiento, evaluemos una posibilidad que sea superadora de lo que está planteado actualmente (sin vulnerar, por supuesto, ningún derecho de defensa). Cuando se elaboraron las normas procesales no se tuvo en cuenta lo que significa que treinta años después se le pregunte a una persona si la violaron o si la torturaron más o menos. Con la experiencia de este juicio tenemos la posibilidad de encontrar una forma de que esto sea mejor.
–Entonces, ¿piensa en formar un equipo interdisciplinario?
–Se impone, porque es necesaria la elaboración de una estrategia para estos juicios. Esto me ha pasado en Bariloche: el testigo siempre entra con un grado de angustia. Lo que solicitábamos era el cuerpo médico que nos diga si sentarse a declarar podía perjudicar su salud psicofísica. Donde decían que podía pasarle algo, nosotros introducíamos una declaración anterior por lectura y no le tomábamos testimonio.
–¿Considera que esto se puede tomar como criterio?
–Sí, en mi opinión, debe incorporarse a la discusión. No solamente pensar en términos tradicionales la protección: dos custodios de cada lado. Por más que sean excelentes personas, esos custodios le pueden generar angustia. Estamos en condiciones de diseñar estrategias que lo que requieren es una voluntad de hacerla, que yo la veo en el Ejecutivo. El gobernador Solá habló de mirar en perspectiva esta historia. Atomizar causas y hacer miles de juicios es una empresa no imposible, pero atenta contra el daño que queremos evitarles a los testigos. Y termina atentando contra la propia verdad, si agotamos a las personas que sufrieron estos delitos, las hacemos venir interminablemente a declarar. Así vamos a estar cincuenta años haciendo juicios.
Genocidas
–¿La tipificación del genocidio podría resolver la atomización?
–La gran discusión sobre el derecho internacional es si para el ejercicio de determinados derechos de las convenciones que están en la Constitución es necesario que estén tipificados. Mi opinión es que no hace falta. Las convenciones se aplican de manera automática. En el caso puntual del genocidio, se da una particularidad, ya que en nuestro juicio se llega a la sentencia siendo que Etchecolatz no fue indagado, ni procesado por ese delito. Esto significaba un riesgo procesal: nadie puede ser condenado por un hecho por el que no fue acusado. Eso se llama principio de congruencia. Por eso, llegamos a la sentencia por los delitos por los que se lo procesó. Pero a mi entender era obligatorio decir que esos delitos... para la ley argentina lo que ocurrió es un genocidio. Para analizar si se trató de un genocidio, el desafío intelectual es: ¿cuánta gente tenemos que matar para que sea un genocidio? Y estoy convencido de que se trató de un genocidio.
–Ustedes recuperaron el debate en la ONU de 1946 sobre genocidio.
–Terminada la guerra, el mundo tuvo que dar respuesta a lo que habían hecho los nazis. Ahí se hace la resolución 96 de la ONU, donde se incluye los “grupos políticos” o los genocidios “por motivaciones políticas”. En el ’48, dos años después, se hace un proyecto de la convención contra el genocidio. Y ese proyecto también incluye los grupos políticos.
–¿Por qué no se incluyó finalmente a los grupos políticos en la convención?
–Ahí hay un detalle que es interesante, que tuvo que ver con lo que pasaba en ese momento en el mundo, por lo cual se saca.
–¿Con quién tuvo que ver, en concreto?
(Sonríe) –Con Stalin...
–¿Por qué consideraron que es aplicable la definición del genocidio a la Argentina?
–En 2006, uno dice: masacraron un millón y medio de armenios y es el día de hoy que ni siquiera está reconocido. Esto muestra la resistencia de esto. Son cien años. El nazismo, sí, porque en números fueron seis millones. Pero tenemos que empezar a ver esto en su dimensión amplia: aquí se persiguió y se aniquiló a una parte de un grupo nacional. Esto lo define el genocida, el que decide aniquilar. No podemos tarifar la dimensión del genocidio: “Si es menos de un millón, no es genocidio”. Esos homicidios en la Argentina en el marco de una política de exterminio son un genocidio. Está demostrado: lo dijo (el juez español Baltasar) Garzón, lo dijo la Audiencia Nacional de España. Es importante que se llamen las cosas por el nombre correcto, y en los casos de violaciones a los derechos humanos no llamar las cosas por el nombre correcto demora treinta años la justicia. El genocidio se tiene que llamar genocidio.
La banalidad del mal
–¿En qué aspectos el juicio de Etchecolatz hizo aportes a la reconstrucción al plan sistemático de exterminio?
–Declararon 150 personas, todos testigos veraces. Y el panorama que dan es que hay una lógica en lo que han relatado. El caso de cada uno de ellos no fue casual. El testigo Castellano, por ejemplo, era un preso común, que estaba detenido por un delito común antes del golpe. Y explicó que en el lugar donde estaba se comenzó a trabajar en hacer las divisiones en el edificio, lo que permitiría tener secuestrada gente en el centro clandestino. Eso es uno de tantos testimonios sobre la preparación. El plan sistemático, de todas formas, está fuera de discusión porque lo dijo la causa 13. Es cosa juzgada. Este juicio agrega certeza en otros aspectos: que el plan fue elaborado con anterioridad y tenía una metodología idéntica en cuanto al aniquilamiento físico y emocional, al extermino y la aniquilación selectiva. Esto lo explica muy bien (el sociólogo Daniel) Feierstein, al que citamos en la sentencia. A determinadas personas se las mataba y otras no. Y las que no son las que contaban y producían terror. Se le avisaba al resto de la sociedad que le podía pasar lo mismo. Y eso es el terrorismo de Estado.
–¿Se estableció si hubo violaciones sistemáticas a las mujeres detenidas?
–Había testimonios anteriores donde se percibía un comentario, de que “en la escalera había un manoseo”, por ejemplo. En este caso, no se estaba juzgando delitos sexuales. Pero esto surge por el paso del tiempo. En derecho tenemos esa costumbre de repetir adagios. Uno es: el paso del tiempo es la verdad que huye. Aquí mi sensación es que es la verdad que fluye. Hubo testigos que decían: “A mí me violaron, porque las violaban a todas”. Ese también es un punto de inflexión. Es importante hablar de eso, porque las víctimas pudieron empezar a hablar de eso. Había una cuestión de género que incidió en esto.
–¿Etchecolatz jugó el rol del hombre gris que forma parte de un sistema de exterminio o era un “monstruo”, como plantean algunos enfoques?
–Etchecolatz era el responsable de un circuito de centros clandestinos. Eso está en la sentencia: si bien por momentos la magnitud de los hechos y la saña con la que se hicieron pueda hacer pensar que se alejan de la humanidad los que lo hacen, la realidad es que no se alejan tanto como para no estar en el banquillo. Por otra parte, en estos casos, para cometer estos delitos necesitan sacarle la categoría de humano a la víctima. Nosotros no podemos hacer lo mismo. Son seres humanos los que cometieron estos delitos contra otros seres humanos. Y en este tipo de delitos se está afectando a la humanidad toda.
–¿Percibió si los juicios funcionan como instancias reparadoras para los familiares y sobrevivientes?
–Creo que sí. Y le cuento una situación que vivimos tras la lectura de la condena. Una Madre de Plaza de Mayo se nos acercó y nos dijo: “Todos estos años, desde que se llevaron a mi hija, yo sentía una opresión acá”. Y se tocaba la panza. “Sentía como una opresión en el pecho por mi hija. Ahora esa opresión no está más”. No nos dijo que a partir de ahora no sienta más dolor, pero sí que puede empezar a sentir algún tipo de tranquilidad. Y eso es muy importante. La Justicia no solo puede ser productora de verdad, en el sentido en el que lo plantea Michel Foucault –no la verdad en latín, sino la verdad concreta, que podamos entender todos– sino que puede ser una instancia reparadora.
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Mal clímax
LA DESAPARICION DE LOPEZ Y LA CRISPACION OPOSITORA
Kirchner cree que el desenlace del episodio de Julio López podría no ser el mejor. Pero nada hace pensar que los gobiernos nacional o provincial salgan bien parados, ocurra lo que ocurra. La oposición acomete a una administración un tanto desnortada en este asunto. El retorno de una sensación “que se creía erradicada”.
Por Sergio Moreno
Domingo, 01 de Octubre de 2006
Pocas veces la suerte –o, más precisamente, la desgracia– que pudiese transcurrir en un episodio tuvo tan en vilo al cenáculo del poder de los gobiernos nacional y provincial desde que Néstor Kirchner es presidente. La desaparición de Julio López, testigo en el juicio del represor Miguel Etchecolatz, acaso asemejara tibiamente al torbellino de sensaciones que hoy atraviesa el alma del Presidente en una sola oportunidad: aquellas 72 horas en que el país trasegó en default durante septiembre de 2003. Las motivaciones eran de índole diametralmente disímiles y ponían en juego cuestiones muy distintas que hacían a la gobernabilidad del país. “(Kirchner) Está preocupado y, por momentos, me arriesgo a decir, un poco angustiado”, confió a Página/12 un habitual consejero del primer mandatario. Más allá de la resolución que tenga el episodio López, en la Casa Rosada consideran que el hecho marca una falencia del rol del Estado (tanto nacional cuanto provincial) muy dañoso para ambos gobiernos, que reinstala en la sociedad “creencias que ya habíamos dado por desterradas”.
La desaparición de Julio López tributa, según entienden en Balcarce 50, a un estado de situación “un tanto desquiciado, donde cualquiera dice cualquier cosa y culpa al Gobierno por cosas que dañan fundamentalmente al Gobierno”. Dicha lógica tanática es difícil de aplicar a una administración que suele cuidar lo que considera “logros obtenidos” como uno de sus mayores tesoros y con una fruición que le ha costado más de una crítica impiadosa.
“Mire –reveló un confidente presidencial a este diario– el Presidente tiene las peores sensaciones respecto a este asunto.” La perspectiva, planteada de esta forma un tanto brutal, abreva más que en la certeza de la información, en el cripticismo de la misma: ni las policías bonaerenses ni la SIDE ni la Federal ni ninguna otra fuerza de seguridad nacional del Estado han podido aún desentrañar y darle sensatez a la reunión de información que consiguieron.
“Desde la desarticulación de la banda del Gordo Valor, que se dedicaba a robar, a la delincuencia común, no nos enfrentábamos a algo parecido. Acá parece que podría haber una organización con logística, aguantaderos, guita, capacidad de amedrentamiento, conocimiento de los casos, que se ha lanzado a instalar un clima muy nocivo. No obstante, y espero que no suene cínico, tiene un costado positivo: la memoria. Esto nos recuerda que estos tipos no se andan con chiquitas, que no son tiernitos: estos tipos mataron a 30.000 personas con los métodos más aberrantes creados por lo peor de la humanidad, no son defensores de la Constitución y de la institucionalidad argentina, como quieren convencernos Cecilia Pando o Bernardo Neustadt”, reflexionó ante Página/12 un integrante del gabinete nacional. “Dicho esto –continuó la fuente– es dable decir que nada está claro en este asunto.”
“Un golpazo”
“A Felipe (Solá) le ha dado un golpazo del que no sabemos si se levanta, pase lo que pase”, sostiene otro integrante de la administración kirchnerista dispuesto a hablar con este medio. “Pase lo que pase” significa que se concrete el abanico de situaciones que pudieran ocurrir a partir del destino de López: aparecer muerto, no aparecer nunca, aparecer después de un tiempo en el que anduvo vaya uno a saber dónde, y todas las alternativas que “la propia familia plantea con una cierta liviandad sorprendente”, colige un miembro del gabinete bastante empapado en el affaire.
La situación del gobernador bonaerense al respecto, entienden en el primer piso de la Casa Rosada, es lo suficientemente incómoda como para que cada espacio de tiempo que transcurra se le vuelva en contra. “Sus fuerzas de seguridad, creemos, le están jugando en contra; cuando menos, lo están ‘durmiendo’”, dice, un tanto impiadoso, la fuente referida con antelación.
No obstante, en el Parnaso kirchnerista no se alegran por ello. “No es bueno esto que le pasa a Solá; preferiríamos que no estuviese ocurriendo y lo vamos a ayudar porque a nosotros (al gobierno nacional) también nos daña y, en definitiva, Felipe no se lo merece”, abunda otro confidente presidencial que se avino a conversar con Página/12.
Causalidad
Los contornos difusos del bizarro episodio de la desaparición de López –que podría presagiar una avalancha de amenazas con tan sólo contar con un fax, contribuyendo a generar un clima mucho más tenso que el que generaron algunos pocos uniformados en la plaza San Martín a guisa del inicio de los juicios orales contra los criminales de lesa humanidad– no constituyeron óbice para que los sectores de la derecha más reconcentrada despliegue su letanía de quejas.
“¿Por qué?” se pregunta con cierto fondillo naïf uno de los arquitectos electorales con los que cuenta el gobierno nacional. “Ojo, que no me hago el tonto respecto de una serie de medidas que evidentemente han perjudicado económicamente a esos sectores que, valga la redundancia, responden a intereses ideológicos y económicos. Pero hemos hecho los deberes también al respecto en el viaje a Nueva York: el pasaje por la bolsa de valores de esa ciudad, la convocatoria a la inversión de capital internacional, la distancia que se tomó respecto de la teatralización que hizo Hugo Chávez. El capital gana dinero en la Argentina. No vamos a volver a las relaciones carnales, nunca, eso es así, pero hay una confusión mayúscula que les genera una histeria producto de que nos va módicamente bien y no lo pueden tolerar”, dispara a bocajarro uno de los habituales hombres de consulta del Presidente, esforzándose mínimamente por contener su aire triunfalista.
“No aguantan los éxitos, nuestros éxitos”, reitera el consiglieri, que no se priva de acometer: “Eso los vuelve histéricos a (Mauricio) Macri, a (Ricardo) López Murphy, a Jorge Sobisch, a sus intelectuales orgánicos e inorgánicos, y esa histeria le hace perder rigor. Exultan una vacuidad conceptual, una endeblez notoria y hasta un poco vergonzante. Entonces inventan un tema nuevo cada día. ¿Usted cree que lo que ocurra en Misiones, que lo que pase con Carlos Rovira, puede poner en vilo la institucionalidad nacional? Allí es donde reaparece la Iglesia, que intenta ocupar el lugar vacío que la oposición no consigue ocupar en una provincia donde fue licuada”, dice el confidente de Página/12.
Para un importante sector del Gobierno es el cardenal Jorge Bergoglio el demiurgo de la teoría “de la fragilidad institucional argentina”. La fuente sostiene que “como (Bergoglio) ve que no hay oposición que ponga coto al Gobierno, quiere que la Iglesia ocupe ese lugar. En Misiones lo trabaja y se ha puesto a la cabeza, como su mejor cariátide. Ahora bien, nosotros sabemos que hay un sector importante de la CEA que disiente severamente con esa política”.
Pero en la Casa Rosada no agotan sus argumentaciones en ese punto y, acostumbrados a las andanadas, se preparan defensivamente para una nueva carga. “Después de Rovira será otra cosa. Antes era la crisis energética, o la ausencia del Estado contra los piqueteros a quienes no reprimía, o la hegemonía que la oposición no conseguía morigerar en las urnas porque no los votaban. La calidad institucional de un Estado es una doble contribución del oficialismo y la oposición de consuno, más allá de lograr acuerdos o no. Es una contribución multipartidaria”, ensaya el contertulio de este reportero.
–Más allá de la confrontación política, que tiene su lógica y se acrecienta cuando llegan épocas electorales, ¿qué explicación le dan ustedes? –pregunta Página/12 al ministro.
–¿Qué es lo que pasa? ¿Cuál es el problema central de la Argentina? Hay pobreza, hay miseria, hay exclusión, es cierto. Nosotros queremos vencerlas y hacemos lo posible por ello, cada día demostramos que vamos en esa dirección. ¿La derecha resolvería esos problemas económicos-sociales? Bueno, no se olvide que ella los creó. El camino que elegimos atenta contra sus intereses. Ese es uno de sus puntos centrales.
–¿Entonces? ¿Por qué hay un in crescendo en la tensión que lleva al extremo de plantear, por tomar un ejemplo, que este Gobierno tiene algún ribete antisemita?
–Hay una crispación que, es cierto, nuestro gobierno no contribuye a aplacar pero que desde la oposición política e intelectual se fomenta de forma irracional.
–¿El Gobierno actúa racionalmente en ese sentido?
–Podríamos esforzarnos un poco más.
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Para Helio Jaguaribe,
“el mito de de Lula supera todas las críticas”
El reconocido politólogo brasileño cree que Lula va a ganar porque su alianza con los pobres está más allá de cualquier escándalo de corrupción, pero no le augura un buen futuro a un eventual segundo mandato lulista: dice que el país no crecerá.
Por María Laura Carpineta
Domingo, 01 de Octubre de 2006
Ayer parecía probable la victoria del presidente Luiz Inácio Lula da Silva en primera vuelta. Sin embargo, no todo es tan claro y obvio en el país vecino. Tanto la oposición como gran parte de los brasileños se seguían preguntando ayer cómo fue que el mandatario logró sobrevivir a todos los escándalos de corrupción y con qué fuerza lograría asumir un eventual segundo mandato. En diálogo con Página/12, Helio Jaguaribe, uno de los politólogos más reconocidos de Brasil, auguró un panorama sombrío para el futuro gobierno petista, aunque afirmó que el mito creado en torno de la figura del mandatario le asegurará el apoyo de las masas no educadas, hoy y en los próximos cuatro años.
“Lula creó un gran mito alrededor de su imagen como un hijo de obreros y dirigente sindicalista. Ha conseguido ser identificado por las grandes masas como uno de sus miembros. Este mito supera todas las críticas y es irreversible”, explicó el analista político. Este mito fue el que permitió que el presidente lograra convencer a su electorado de que, en realidad, él era una víctima más en esta historia de sobornos, mentiras y mafias. “Inequívocamente, Lula ha dicho que su gente lo había traicionado, que él no sabía nada. Esta tesis de inocencia permanente, aunque no es aceptada por muchos, no logra contaminar el mito”, afirmó Jaguaribe. Para el politólogo, la figura de Lula podría asimilarse a la de Juan Perón. Para explicar esta comparación citó la famosa frase con la que miles de militantes reclamaban al líder justicialista durante la época de la resistencia: “Ladrón o no, queremos a Perón”.
Pero aunque Lula continúe contando con este electorado adicto, las cosas no serían fáciles para el próximo gobierno petista. Para Jaguaribe el segundo mandato será peor que el primero. “Lula va a llegar cercado por cuestionamientos a su idoneidad y su credibilidad. Será un gobierno puramente populista, sin condiciones para retomar el crecimiento de país”, pronosticó. Según explicó, esta situación se verá agravada por la falta de capacitación de muchos de los miembros del Partido de los Trabajadores (PT), que ocupan u ocuparán cargos públicos.
El politólogo brasileño destacó el rol histórico que tuvo el PT para el país. Su tradición electoral tuvo un gran peso en el desarrollo de la democracia del país. Sin embargo, en los noventa, explicó Jaguaribe, los sectores del partido que tenían un menor rendimiento y no podían pagar su aporte comenzaron a recibir contribuciones externas. “El PT se convirtió así en una mafia muy pesada, a la que ya no se podía mantener con sólo aportes partidarios”, concluyó el analista.
A pesar del pesimismo que tiñe su pronóstico para el segundo mandato petista, Jaguaribe cree que el país se recuperará. Para él, la renovación podría venir de la mano de los actuales candidatos a gobernador de San Pablo y Mina Gerais, los socialdemócratas José Serra y Aecio Neves. Ellos podrían ser la solución a la falta de liderazgo, que actualmente sufre el partido del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. En cambio, no ve la posibilidad de una renovación dentro del PT, que en las elecciones de 2010 se quedará sin el mito lulista y sin líderes que lo puedan reemplazar.
Una de las principales críticas que le hace Jaguaribe al gobierno petista es que se dedicó a desarrollar sistemas de compensación en vez de atacar las raíces de los problemas sociales. El analista reconoció que Lula había conseguido reducir el sufrimiento de los sectores pobres a través de programas asistenciales. Pero esto, destacó, no tuvo un efecto sobre las causas de la pobreza. Para Jaguaribe, el gobierno no logró atacar las raíces porque para ello se necesitaba contar con crecimiento económico que, para él, no hubo. “El país se quedó estancado”, opinó.
Al tener que adelantar un resultado para esta noche, el politólogo se limitó a contestar: “El peor: la reelección”.
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Culpa, miedo y preocupación
ANTE EL ALUVION, CRECE EL RECHAZO SOCIAL
A medida que se agranda la brecha entre el primer y tercer mundo, aumenta el flujo migratorio hacia Europa y Estados Unidos, y también las políticas de mano dura que atacan el síntoma pero no la enfermedad, que es la grosera desigualdad entre uno y otro lado de la frontera y la demanda de mano de obra inmigrante en negro.
Por Oscar Guisoni
Desde Valencia, Domingo, 01 de Octubre de 2006
España afronta el aluvión inmigratorio proveniente de Africa con una mezcla de preocupación, desconcierto y una pizca de culpa. Una encuesta de la Cadena SER, la radio con mayor audiencia en el país, hecha pública esta semana, afirma que para el 89 por ciento de la población están llegando demasiados inmigrantes al país. La inmigración, afirma el sondeo, es la principal preocupación de los españoles, superando por primera vez en mucho tiempo al terrorismo de ETA y al desempleo.
Es por ello que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero trata de mostrarse firme con la inmigración ilegal, aunque tampoco ha dudado en pedir auxilio a la Unión Europea, consciente de que el fenómeno lo está desbordando por los cuatro costados. La respuesta de la Comisión Europea no fue muy halagüeña: el ministro del Interior alemán, Wolfang Schäuble, criticó a los españoles por haber pedido fondos suplementarios a la Unión para hacer frente al fenómeno y Bruselas terminó recomendando a España que si quiere ayuda económica, primero expulse en forma masiva a los inmigrantes que ya han llegado a su territorio.
Mientras tanto, la oposición de centroderecha continúa con su cantilena en la que afirma que el creciente flujo inmigratorio se debe a un supuesto “efecto llamada”, producto de la legalización masiva de inmigrantes que llevó adelante Zapatero apenas asumió el poder hace dos años, aunque tampoco ofrece soluciones viables al conflicto.
Desde principios de año la administración Zapatero repatrió a 13.055 africanos a sus países de origen y para lograrlo tuvo que afrontar antes las enormes resistencias que le plantearon los países africanos en los que se origina el fenómeno. La Ley de Extranjería española impide que se expulse del país a una persona que no es admitida por su país de origen. Para los países africanos la cuestión es muy simple: los inmigrantes residentes en Europa se han transformado, en la mayoría de los casos, en la principal fuente de ingresos de divisas de sus países. Así que no quieren oír ni hablar de repatriaciones concertadas.
En España hay ya más de cuatro millones de inmigrantes legales, que representan el ocho por ciento de la población. Ellos han contribuido a superar el crónico déficit del índice de natalidad que sufría el país hace apenas una década, sus contribuciones a la seguridad social ayudan también a cubrir el enorme gasto social del Estado y en ciertos sectores económicos como la construcción, el campo y el servicio doméstico se han vuelto imprescindibles.
Pero el aluvión africano plantea problemas de difícil solución. Los Centros de Internamiento de Inmigrantes (CIE) están superados. Luego de que el gobierno elevara hasta seis metros de altura la valla de alambre que rodea los enclaves españoles en el norte de Africa (las ciudades de Ceuta y Melilla), el fenómeno se trasladó a las islas Canarias. Y en las islas la situación está al borde del colapso. Ante la saturación de los CIE los servicios de seguridad del Estado han optado por ocupar naves abandonadas del puerto, un polideportivo municipal, un garaje de una comisaría y hasta un viejo restaurante en ruinas.
La situación es tan crítica que el próximo martes la Fiscalía enviará al CIE de El Matorral, en la isla de Fuenteventura, una inspección con el objeto de comprobar si las denuncias del sindicato de policía acerca de las condiciones de hacinamiento que padecen los recién llegados son reales. Diversos organismos de derechos humanos han denunciado a menudo maltratos a los inmigrantes por parte de las fuerzas del orden y hace apenas dos meses un escándalo que implicó a tres policías actualmente en prisión por haber violado a seis mujeres inmigrantes en un CIE de la ciudad de Málaga dejó estupefacta a la opinión pública.
La sociedad española, mientras tanto, observa el fenómeno con gran preocupación y un poco de culpa. Por un lado, sabe que no puede prescindir de los inmigrantes si pretende que la economía siga creciendo, pero a su vez teme que la invasión termine provocando tensiones sociales.
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La frontera se militarizó
LOS CAMBIOS DESPUES DEL 11-S
Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México, D. F., Domingo, 01 de Octubre de 2006
Estados Unidos ha endurecido su postura hacia la migración, en general, y hacia la mexicana, en particular, pretextando la necesidad de reforzar la seguridad de sus fronteras tras los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono, en Washington. El viernes pasado el Senado aprobó la construcción de 1800 torres de vigilancia de alta tecnología a todo o largo de los 3200 kilómetros de frontera con México, con un costo de 2000 millones de dólares. Actualmente existen más de 300 kilómetros de vallas metálicas en las principales ciudades fronterizas. Este otro muro “virtual” estará equipado con sensores de temperatura y movimientos, cámaras de video, más de 300 radares que pueden detectar a personas a una distancia de 14 kilómetros, además de la asistencia de aviones de vigilancia no tripulados.
Esta verdadera militarización fronteriza –que contará con tres mil agentes de migración adicionales a los seis mil ya desplegados sobre la frontera con México– fue la condición para aprobar una tibia reforma migratoria a finales de mayo, tal y como lo planteó el presidente George W. Bush poco antes de la votación en el Senado, mediante un mensaje de televisión dirigido a sus bases conservadoras: “Estados Unidos tiene que asegurar sus fronteras (...) Nuestro objetivo es claro: la frontera debe estar abierta para el comercio y la inmigración legal, y cerrada a inmigrantes ilegales, como también para criminales, narcotraficantes y terroristas”.
Todo esto ocurrió poco después de una cruzada de inmigrantes de origen latino en demanda de una legalización de residentes indocumentados que el 1º de mayo tomó las calles de más de 70 ciudades en 40 estados de esa nación. El grupo más significativo era de mexicanos. Y no es para menos. Según el Fondo de Población de Naciones Unidas, México es la nación con mayor índice de emigración en el mundo, al expulsar a casi 580 mil personas al año, muy por encima de China, India y Congo, que promedian 300 mil migrantes anuales. La población mexicana en Estados Unidos se ha multiplicado 14 veces en los últimos 30 años y suma ya alrededor de 12 millones de personas que, junto con su descendencia, alcanza ya la cifra de 28 millones viviendo en Estados Unidos, es decir, más del 10 por ciento de la población total estadounidense. México también es la nación con mayor flujo migratorio de paso.
Esto ha generado una oleada racista y antiinmigrante en todo Estados Unidos. Una encuesta en 47 estados reveló que 76% de inmigrantes legales consideran que los “sentimientos antiemigrantes” han aumentado en todo el país. El 70 por ciento manifiesta su oposición a los arrestos ilegales, las deportaciones y la imposición de sanciones a los empresarios que contraten a indocumentados. Además, 73 por ciento opina que los ilegales contribuyen a la economía estadounidense con salarios de bajo costo.
Un estudio del Pew Hispanic Research Center dice que los inmigrantes hispanos aportan más de 200 mil millones de dólares anuales a la economía estadounidense y trabajan en sectores donde normalmente falta mano de obra estadounidense, como la agricultura, la construcción y los servicios de jardinería y limpieza. Según una encuesta del Current Population Survey, de la Oficina del Censo, existen 136,6 millones de trabajadores en Estados Unidos. De ellos, 5,8 millones son mexicanos o de origen mexicano que se encuentran legalmente en Estados Unidos y representan 4,3% de la fuerza laboral de este país. Sin embargo, ganan 62 por ciento menos que el resto de la población. El año pasado, la Oficina de Seguridad Social reportó cerca de 375 mil millones de dólares por concepto de ingresos no reclamados en los últimos 20 años. La mayor parte corresponde a impuestos aportados por los trabajadores indocumentados.
Para México, la migración se ha convertido incluso en un paliativo al fracaso de la política económica del presidente Vicente Fox, que si bien controló férreamente las variables macroeconómicas, nunca se reflejó en el ingreso ni en la creación de empleos. Todos los días, los trabajadores mexicanos en Estados Unidos envían remesas por 24,4 millones de dólares, según el Consejo Nacional de Población. El año pasado, el grueso de los inmigrantes enviaron 46 mil millones de dólares a toda Latinoamérica, cifra que podría llegar a 300 mil millones en 2010.
El panorama en los próximos años no promete mejoras, pues el presidente electo Felipe Calderón ha ofrecido continuidad a la política exterior del presidente Vicente Fox, particularmente en el tema migratorio, en el que parece imposible un acuerdo que dignifique a los trabajadores mexicanos en Estados Unidos y le reconozca sus derechos civiles, laborales y políticos en aquel país.
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Con la bomba en el bolsillo
Por Santiago O’Donnell
Domingo, 01 de Octubre de 2006
Los inmigrantes no paran de llegar. Llegan en bote, llegan a pie, llegan a Europa, llegan a Estados Unidos. Crece la altura de los muros, aumentan los patrullajes, se endurecen las leyes. Llueven declaraciones alarmistas en las cumbres y en las tribunas de campaña. Que Europa se va al diablo. Que Estados Unidos es un colador.
El ex titular del Inadi Enrique Oteiza es un especialista de renombre internacional en el tema migratorio. En un bar del centro, explica las razones detrás de semejante revuelo.
A principios de siglo Estados Unidos empezó a aplicar una política de inmigración selectiva que continúa hasta el día de hoy. Esta política, que se masificó después de la Segunda Guerra Mundial, consiste en atraer inmigrantes altamente calificados: tecnólogos, científicos, artistas de primer nivel. Laboratorios de investigación, universidades y orquestas filarmónicas filtran candidatos entre toda la oferta mundial y los invitan a formar parte de sus instituciones. Cuando esto sucede, el otorgamiento de la visa es casi automático.
Europa, a partir de los años ’60, empieza a aplicar las mismas políticas para cerrar la brecha tecnológica con Estados Unidos. Así las cosas, dice Oteiza, en el primer mundo crecen los mercados que usan mano de obra altamente calificada, que son, paradójicamente, mercados que requieren muy poca mano de obra barata. O sea, que cada vez producen más, con menos gente. Y del otro lado, bueno, se van los que podrían hacer que las cosas funcionen mejor.
A este sistema se le sumó, en los últimos años, la doctrina Bush de seguridad nacional, que también se ha trasladado a Europa, apunta Oteiza. El enemigo es el terrorista, categoría difusa si las hay: “Es muy difícil identificar a un terrorista a menos que tenga una bomba atómica en el bolsillo... o a menos que tenga apellido musulmán”, ironiza el experto. Esa laxitud en definir al enemigo incrementa la potestad discrecional del Estado para elegir inmigrantes. La doctrina antiterrorista de Bush es, por definición, preventiva. Las políticas migratorias, entonces, pasan a ser una forma de prevención.
“Te doy un ejemplo. Aerolíneas Argentinas utiliza, hasta en sus vuelos de cabotaje, un programa de computación que le permite analizar las letras que forman los apellidos para preseleccionar los que tienen altas probabilidades de ser árabes. A estas personas se les hacen chequeos adicionales. Desde el Inadi presentamos denuncias. Aerolíneas contestó que deberíamos plantearle el tema al Consulado de Estados Unidos, ya que el programa viene de ahí”, explica.
“La inmigración es una dimensión de la globalización que es vista como particularmente peligrosa por Estados Unidos. Ya no es vista como un fenómeno poblacional, laboral, social o cultural.”
En Europa hay otros factores que entran en juego. La reconstrucción de Europa se hizo con mano de obra de las colonias, que ya hablaba el idioma. Pero cuando se acabó la recostrucción se acabaron los trabajos. La Unión Europea, apresurada para absorber los países del Este antes de que despierte el gigante ruso y los vuelva a llevar a su órbita, ha absorbido una enorme fuerza de trabajo barata de los países del este, con la particularidad de que los nuevos obreros son rubios y de ojos celestes.
“Esto produce una nueva selectividad, en este caso selectividad negativa, por razones de discriminación. Los trabajos calificados son para los europeos occidentales, los empleos en industrias y comercios son para trabajadores polacos o serbios, mientras los africanos son relegados a trabajar como barrenderos o lavacopas.” Pero siguen llegando y son cada vez más.
“Lo que pasa es que con la globalización, el Mediterráneo pasó a ser como la laguna de Chascomús. Y cuanto más se agranda la brecha entre Europa y Africa, mayor es el impulso de emigrar al norte.”
Esto no se arregla con muros y helicópteros, dice Oteiza, sino respetando el derecho humano a inmigrar. Lo que tiene que hacer Europa es invertir en proyectos que generen trabajo en Africa y comprar productos africanos, manufacturas o agrícolas, por ejemplo, pagando un precio justo. No a una multinacional para que extraiga diamantes de Sudáfrica o petróleo de Nigeria, sino a empresas africanas que generen trabajo. Lo que se dice hacerse cargo de la herencia colonial que dejó un continente devastado. Para Estados Unidos, alentar un desarrollo parejo entre el sur y el norte de México, y achicar la brecha entre las dos orillas del río Grande. Abandonar la política hipócrita de atraer mano de obra en negro para bajar costos agrícolas, para después razgarse las vestiduras porque los trabajadores quieren quedarse y progresar. Cambiar una relación que se ha vuelto demasiado desigual.
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Shostakovich, ni un día menos de la eternidad
Por José Pablo Feinmann
Domingo, 01 de Octubre de 2006
La Orquesta Sinfónica de Leningrado tenía que hacer una gira europea que, probablemente, terminaría en Estados Unidos. A punto de subir al tren, Nikolai Malko, el legendario director, advierte que no tienen algo apropiado para un bis en caso de necesitar algo semejante en Estados Unidos. Siguen en la estación. El tren echa su correspondiente vaho de inminente partida. Malko lo llama a Shostakovich: ¿no podría acercarse a la estación y componerles algo? Llega Shostakovich y hace un arreglo orquestal alla Shostakovich de la breve, pequeña pieza del norteamericano Vincent Youmans, Té para dos. Es una obra maestra. La hizo en menos de media hora. La llamaron Tahiti trot. Y ya ahí (1929) Shostakovich tuvo problemas con la censura soviética por escribir “música de foxtrots”.
Fue un compositor de dotes mozartianas. Si escribió tanto no fue porque no corregía o porque tenía la bulimia de la próxima obra. No necesitaba revisar. A eso se le llama “dotes mozartianas”, a que lo absoluto habita en un hombre, y algún dios le dicta ese algo sólo él sabe escuchar, interpretar.
La celebridad le llega o él llega a ella a los diecinueve años. Su Primera Sinfonía arrasa. Shostakovich se dispara desde la Rusia soviética al mundo en brazos de una composición difícil pero deslumbrante, una sinfonía cuyo tercer movimiento es casi una obra para piano, un piano juguetón, saltarín. Esa espíritu lúdico no abandonará nunca las obras de nuestro Dimitri: sus obras están llenas de valses, galops, mazurkas, “música de las confiterías” y pasajes grandiosos, de una estridencia sonora apenas tolerable, como el primer movimiento de la octava sinfonía, muy mahleriana pero con mucho Bruckner también y mucho Shostakovich todo el tiempo: especialmente en esos momentos en que los timbales anuncian que el mundo se desintegra.
A él, que estaba destinado a una gloria inmediata y sin opacidades, también se le desintegró el mundo. La Revolución de Octubre, a la que siempre respetó, se le encarnó en la figura del tosco campesino Josef Stalin, un ser muy distinto a Dimitri. Uno ve las fotos de Shostakovich (sobre todo: del Shostakovich joven) y se enternece o se sonríe. A veces parece Harold Lloyd. A veces Stan Laurel, con anteojos, claro. Siempre lleva anteojos Dimitri. Durante la década del veinte, una década loca en la que todo era posible, compone la ópera La nariz. Una ópera loca, delirante, llena de disonancias, de pasajes atonales, de sarcasmos. Dimitri se divertía. Era un genio reconocido en todo Occidente y él vivía en el país de la Revolución, donde todo era joven y todo empezaba otra vez y para siempre.
La historia es conocida. La de Stalin y Shostakovich, digo. Brevemente la recordaremos, pero es más importante señalar (ya) que este texto se escribe porque, el pasado 25 de septiembre, se cumplieron cien años del nacimiento de Dimitri y todos los que lo amamos estamos de festejo. Nuestras vidas habrían sido mucho más pobres sin él, como sin Mozart o como sin Schubert o Brahms o Schumann o Gershwin. O como sin el Concierto para piano op. 42 de Schoenberg, especialmente si lo toca Pollini.
Shostakovich vivía bien en medio de la Revolución. Tanto, que creía en ella. En 1927 escribe su Tercera Sinfonía a la que titula “Octubre”. En 1929, la “1ero. de Mayo”. Y en 1932 un poema sinfónico: De Karl Marx a nuestros días. Durante tres años trabaja en una ópera basada en una mujer, Katerina, que, en medio de la Rusia zarista, busca su independencia, y llega, en esa búsqueda, a los extremos, al crimen. La ópera se estrena con notable éxito. Se llama Lady Macbeth del distrito de Mtsensk. Se estrena en provincias y finalmente en Moscú. “Hice un viaje (cuenta Shostakovich) a Arkhangelsk con el violoncelista Victor Koubatski. El tocaría mi sonata para cello. El 28 de enero de 1936, nos detuvimos en la estación para comprar el último número de Pravda. Lo abrí y me encontré con el artículo: ‘Un galimatías musical’. Ese día ha permanecido como el más grave en mi memoria. Es, acaso, la jornada más memorable de mi entera existencia” (Temoignage, Les memoires de Dimitri Chostakovich, Albin Michel, 1980, Paris, p. 154).
De la gloria a los diecinueve años al ostracismo y –razonablemente– al miedo. Stalin, no había en Rusia quien no lo supiera, no era un hombre de buenos modales. El artículo de Pravda, presumiblemente escrito por él, decía todas las atrocidades que la ideología oficial dispensaba a los sonidos, de todo tipo, que le desagradaban. Shostakovich compone algunas piezas menores y decide volverse tolerable para el régimen. Lo que mejor sabía hacer era componer música y las sinfonías le salían muy bien. Escribe la Quinta y le pone una leyenda que se ha hecho célebre: es el acatamiento de un artista ante un dictador. Es un pedido de perdón. Y hasta es la búsqueda de la seguridad dentro de ese territorio del miedo que Stalin había creado. He visto por ahí que se vende un documental sobre la relación entre Stalin y Shostakovich. Es un gran tema para una novela. Ignoro si alguien la ha escrito. En la primera página de su Quinta Sinfonía, Dimitri escribe: “La respuesta práctica y creativa de un artista soviético a una crítica justa”. La sinfonía tuvo un gran éxito y permanece como el más popular de los trabajos de Shostakovich. El cuarto movimiento es un canto guerrero al Ejército Rojo. Sin embargo, como es gran música siempre puede leerse como un canto a la victoria, a toda victoria. En un film de John Huston sobre un partido de fútbol entre captores nazis y prisioneros de guerra (con Max Von Sydow, Stallone, Pelé, Michael Caine y “nuestro” Ardiles) el arreglador Bill Conti (que es el que dirige la orquesta durante la entrega de los Oscar), músico del film, se basa en la Quinta de Shostakovich y en el triunfal cuarto movimiento para ilustrar la huida a la libertad de los prisioneros de guerra.
Durante la guerra, Shostakovich se transforma en una figura mítica. Permanece en Leningrado durante el cerco y es quien toca, al anochecer, la campana que dice a toda la ciudad que nadie se ha rendido, que la ciudad sigue sin ser de los nazis. En la tapa del Time aparece Dimitri con un casco de guerra: es el héroe de la ciudad. Ahí, en medio del sitio, compone la Séptima, que tiene grandes pasajes pero es interminable, como debe haber sido el sitio. Detestado por el retrógrado vanguardista Juan Carlos Paz, Shostakovich conoce hoy una gloria impar. A mí no me gusta hablar del más grande compositor de una época. Del siglo veinte, pongamos. No puedo hacerlo. Ni siquiera podría decir que ese puesto está entre Stravinsky, Shostakovich o Berg. No sé, por ejemplo, qué inventó Ravel, pero la música del siglo XX sería mucho más pobre sin, por dar un ejemplo, Gaspard de la nuit. Juro que los dos más grandes conciertos para piano que el pasado siglo ofreció llevan el N 3. Y son totalmente distintos. Uno, según suele decirse (y lo dicen quienes creen que la música progresa linealmente), “mira al siglo XIX”. El otro es bien siglo XX. Me refiero al tercero de Prokoviev y al tercero de Rachmaninov. Acabo de recibir un CD en que Pletnev en el piano y Rostropovich en la orquesta han reunido a los dos. Saben lo que hacen. Esos dos conciertos van juntos. Sé que nadie discutirá al de Prokoviev. Y no pienso discutir sobre el de Rachmaninov: pregúntenles a los pianistas. Es una catedral construida para la gloria de un instrumento por un pianista colosal. Lo digo porque conozco la versión del propio Rachmaninov: lo que hace con su Cadenza (que es súper-genial) te quita la respiración. Lo que dicen los musicólogos que hablan entrecerrando su boquita en un círculo, eso que se llama boca-culo-de-gallina, es: “El N 3 de Rachmaninov tiene terribles dificultades; su valor como música es otro”. Entre tanto, Horowitz, Berman, Sergio Tiempo, Martha Argerich, Ashkenazy, Van Cliburn, Pletnev y otros (si pueden) sienten que han llegado a la cumbre expresiva de su instrumento cuando lo tocan. Hasta hay una leyenda: “El que toca ese concierto se vuelve loco”. Es lo que le pasa a Geoffrey Rush en esa película sobre David Helfgot, que lo toca horrible. De Gershwin, ni hablar: cada una de sus canciones –y dejamos de lado sus trabajos sinfónicos y hasta su poderosa ópera folclórica negra– es música en estado sublime. Pero Shostakovich ya no tiene, no quien le escriba, sino quien lo discuta. Escuché –en el 2004– a Martha Argerich tocar el Concierto para piano, trompeta y orquesta de cuerdas. Es una obra cristalina y, en el segundo movimiento, la trompeta, en su solo, toca el cielo con las manos. Otros instrumentos, como los violoncellos, tienen una actividad incesante. Tanto, que la Argerich tocaba el piano y los acompañaba canturreando su parte.
Shostakovich pudo haber sido un concertista de piano. En su juventud era sobresaliente. Se presentó a un concurso, no lo ganó y mandó –por suerte–- al diablo el asunto. Permanecen sus grabaciones –de fines de los años cincuenta– de sus dos conciertos. La orquesta está en manos de André Cluytens y el sonido de Dimitri es algo metálico, a veces empasta y a veces corre como si escapara de Stalin. Hay grabaciones mejores. Su música de cámara es poderosa. Las dos más grandes las hizo también durante la guerra. El Quinteto para piano es de 1940. Y el Trío de 1944. Muchos lo consideran –ahora sí– el gran Trío del siglo XX. Es concentrado, reflexivo, poderoso. Shostakovich empezó a componerlo pocos días después de una noticia penosa: la muerte de un querido amigo de juventud. El Trío está marcado por esa pérdida. A Shostakovich lo perdimos en 1975. Pero –si la Eternidad existe– su música durará tanto como ella, ni un día menos.
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