Monday, October 08, 2007

Página/12 Special



Página/12:
El hombre que se hizo emblema


HACE 40 AÑOS APRESABAN AL CHE GUEVARA PARA FUSILARLO EN LA HIGUERA, BOLIVIA

Primero se lo dio por muerto en el combate de la quebrada de Yuro, después lo fusilaron. Y su memoria creció a partir de ese día entre polémicas y exaltaciones. Nuevos aspectos de su vida y su pensamiento fueron saliendo a la luz. Su figura se convirtió así en el emblema de las luchas contra la injusticia en todo el mundo.

Por Luis Bruschtein
Lunes, 08 de Octubre de 2007

Hace cuarenta años era apresado el Che y al día siguiente fusilado. Era el hombre que se pondría de pie para esperar a la muerte. Su verdugo, inseguro, desbordado, apretaría el gatillo y ese instante llenaría su cabeza con una pesadilla interminable. El mito del Che Guevara, los significados insondables de la sonrisa de su cadáver sobre una mesa de la lavandería de Vallegrande, empezaban a caminar por el mundo, por el terreno agreste de los sueños, anhelos y expectativas. Había comenzado otra guerrilla, ya no en los montes ni en las selvas, sino en el imaginario de nuevas generaciones. Una tras otra le dieron nuevas vidas, lo reconstruyeron según sus deseos y realidades, y es probable que el Che que hoy es imaginado no sea el Che de los ’60, pero al mismo tiempo lo sigue siendo.

Cuando se realizan cientos de homenajes en todo el mundo, otros tantos se esfuerzan en simultáneo para presentarlo como el símbolo de la derrota y el fracaso. Se lo acusa por la violencia guerrillera de los años ’60 y ’70, o se lo muestra como un idealista solitario, enfrentado a Fidel y los cubanos. Pero la excusa de la desmitifación no alcanza a mellar al mito. La grandilocuencia de los desmitificadores, que evaden significados en sus propios miedos, termina por alimentar la figura del hombre fusilado en La Higuera. Porque el Che no ha sobrevivido en el imaginario de los jóvenes y los pueblos como un líder dogmático y se sobrepasa a sí mismo incluso como expresión de una época. Como Espartaco, que dejó de ser el líder de la Guerra de los Gladiadores contra el Imperio Romano para convertirse en el símbolo de todas las guerras de esclavos contra sus amos, la figura del Che se desprendió de sus luchas terrenales y pasó a representar todas las luchas contra la injusticia, lo opuesto al egoísmo y al individualismo.

El misterio de esta transpolación casi metafísica de lo carnal a lo imaginario a escala planetaria, como es el caso del Che, ha llevado a que se escriban decenas de biografías, ensayos, enfoques de su vida, para tratar de develarlo, de explicar la razón de que millones de personas en todo el mundo lo convirtieran en el emblema de sus rebeldías, de sus ansias de justicia o de la esperanza de que la humanidad deje de ser predadora de sí misma.

Y su figura sigue generando situaciones inesperadas. La semana pasada los hijos del Che fueron invitados por una universidad iraní donde se iba a realizar un acto de homenaje a su padre. Pero el homenaje terminó en escándalo cuando los líderes estudiantiles iraníes presentaron al Che como un dirigente religioso anticomunista, lo que motivó que los cubanos se retiraran ofendidos. Ayer, poco antes de que Los Pumas jugaran contra Escocia, su capitán Agustín Pichot expresó su admiración por el jefe guerrillero. “Era uno de los nuestros”, aclaró, haciendo referencia a que Ernesto Guevara fue aficionado al rugby antes de su proyección revolucionaria. Además de jugar ese deporte, fundó la revista Tackle y firmaba sus artículos con el seudónimo de Furibundo de la Serna, o Fuser. En Cuba, en cambio, se realizan partidas de ajedrez en su homenaje ya que era otro de sus entretenimientos favoritos. Y hay clubes de motociclistas con su nombre, sobre todo después de la película Diarios de motocicleta.

Pero quizá la señal más sorprendente del derrotero que emprendió su figura después de la muerte sean los grandes homenajes que se están realizando ahora en Bolivia (ver aparte), en la misma zona donde murió en una carrera contra el tiempo y sus enemigos. Los mismos campesinos que no alcanzaron a conocerlo y que no comprendieron o no aceptaron su convocatoria a la lucha en aquel momento, con el paso del tiempo lo han convertido en una especie de santo. Desde 1967, el año de su muerte, hasta ahora, la historia del Che circuló silenciosamente de boca en boca, de campesino a campesino, sin medios y sin intención política. El Che no aparecía en los diarios ni en las radios, su recuerdo era denostado cuando no ignorado por los mensajes oficiales y tampoco hubo fuerzas políticas que impulsaran el fenómeno. Los pocos que habían tenido contacto con él durante la campaña guerrillera contaron sus porciones de recuerdos, lo que habían visto y escuchado, y esas pequeñas historias, como la gota que horada la piedra, se convirtió en leyenda. Hoy es una figura venerada por los campesinos bolivianos y algunos lo llaman San Ernesto de La Higuera.

Hay una frase del Che sobre su nacionalidad: “Me he sentido mexicano en México, cubano en Cuba y siempre argentino en todas partes”. Porque su relación con Argentina también se fue develando varios años después de su muerte. Esa faceta argentina apareció durante muchos años desdibujada detrás del revolucionario internacionalista. Cuando comenzaron a aparecer las memorias de quienes lo acompañaron en Bolivia, como el cubano Pombo o el francés Regis Debray, aparece Argentina como una de sus preocupaciones centrales. Bolivia era la cabecera de playa desde donde partirían columnas rebeldes hacia Perú y Argentina, para avanzar luego hacia todo el continente. El periodista Jorge Ricardo Massetti, que había fracasado al lanzar un foco guerrillero en la provincia de Salta, era el Comandante Segundo. El Comandante Primero debería haber sido el Che, cuando se afianzara la guerrilla en Bolivia.

Proveniente de una familia antiperonista, su relación con el peronismo tampoco fue tan lineal como muchas veces lo han presentado. “Te confieso con sinceridad –dice en una carta poco conocida a su madre, Celia– que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, por lo que significaba para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el Norte.” Hay una carta a Ernesto Sabato, escrita poco después del triunfo de la Revolución Cubana, donde expresa duras críticas a la llamada Revolución Libertadora, acusándola de servir a los intereses de la “oligarquía vacuna”. Una de sus relaciones más estrechas entre la izquierda argentina era John William Cooke y su esposa Alicia Eguren. Influenciada por su hijo, Celia Guevara de la Serna se acercó en los años ’60 al Movimiento de Liberación Nacional, un grupo de izquierda cercano a los sectores del peronismo revolucionario. Esa posición del Che desentonaba con la mayoría de la izquierda argentina en esos años, pero prenunciaba la relectura que se haría pocos años después sobre el peronismo.

El Che dejó también una considerable obra escrita, desde sus relatos sobre la Revolución Cubana, hasta sus discursos y polémicas. Sería insensato abordar esa producción intelectual como si se tratara de un dogma cerrado. Varios de sus escritos están definitivamente marcados por una coyuntura especial, una marca que se acentúa por la clara intención pedagógica del autor, como el Manual de la guerra de Guerrillas, que es simplemente eso. Pero en toda su producción se distingue una vocación humanista central, y en su debate sobre los estímulos morales o materiales a la producción, el Che delinea la futura crisis de la Unión Soviética. La mayor parte de su argumentación hace eje en la importancia de los procesos culturales ligados a la transformación económica, algo que en los textos marxistas ortodoxos de aquella época no era común, y que en la actualidad, tras la caída de la URSS, prácticamente nadie se atreve a negar. Ese debate, que involucró a la izquierda de todo el mundo, también estaba referido a una coyuntura concreta que era la organización económica de Cuba tras la revolución, pero plantea pistas y abre puertas, algunas de las cuales han sido muy desarrolladas posteriormente sobre las problemáticas para la construcción de una sociedad no capitalista.

A cuarenta años de su muerte en la sierra boliviana, la figura del Che Guevara ha sobrevivido al odio de sus enemigos y al amor de sus exegetas dogmáticos. Y se ha instalado como emblema de las luchas de los pueblos contra las injusticias, un lugar que a él le hubiera gustado.

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“A la una oí los primeros tiros”

URBANO, UNO DE LOS CINCO SOBREVIVIENTES DE LA GUERRILLA

Por Martín Piqué
desde Vallegrande, Bolivia
Lunes, 08 de Octubre de 2007

Su presencia había sido anunciada sin mucho aspaviento, y muchos asistentes al encuentro no llegaron a saber qué tan importante era el personaje en cuestión. Apenas un afiche escrito a mano y con fibrón anunciaba a “Urbano, ex combatiente que peleó con el Che”. El improvisado cartel había sido colocado en la puerta del teatro parroquial. Era una salita ubicada detrás de la iglesia, que los pobladores, orgullosos, se obstinan en llamar Catedral. Cuando la cara morena y el cuerpo macizo de Leonardo Tamayo, “Urbano”, aparecieron en el escenario algunos todavía se preguntaban cuál sería el panelista que había combatido en Bolivia junto a Ernesto Guevara. Pero la confusión se terminó cuando Tamayo comenzó a recordar los pormenores de aquel 8 de octubre de 1967.

Con frases cortantes que el sentido común atribuiría al estilo de un hombre de acción, Urbano fue desplegando su historia sin dejar que en el aire volara una mosca. Acompañaba su relato con anécdotas graciosas, pero a medida que fue avanzando en la cronología de los hechos se le hizo imposible obviar la sucesión de muertes (“En una revolución se triunfa o se muere”, había dicho el Che). Urbano explicó cómo las caídas de sus compañeros comenzaban a afectar al jefe. Contó el silencio de toda una noche con que el Che sobrellevó la muerte de Carlos Coello, “Tuma”, uno de los guerrilleros más jóvenes.

A Urbano lo acompañaba otro ex compañero de Guevara en la guerrilla, Enrique Acevedo, aunque éste lo había tenido como jefe durante la ofensiva desde la Sierra Maestra hacia el centro de la isla. “A las diez de la mañana del 8 de octubre fue la última vez que vi al Che. A la una de la tarde oigo los primeros tiros. Nos habían cerrado la Quebrada por abajo y los tiros comenzaban por arriba. Era un cerco”, contó Urbano. Los campesinos de la zona del Altiplano y simpatizantes de Evo ocupaban buena parte del teatro. Era la primera vez que veían tan cerca a uno de los participantes de la guerrilla del ELN. El cubano fue uno de los cinco sobrevivientes de esa guerrilla.

Urbano tampoco eludió la polémica. Mientras leía fragmentos del Diario del Che en Bolivia, contó cómo fueron las negociaciones con el secretario general del PC de Bolivia, Mario Monje. El silencio se hizo notar. Algunas interpretaciones más recientes hechas por autores bolivianos habían intentado relativizar aquella lectura de que el PC de Bolivia dejó solos al Che y sus hombres. Esa hipótesis no pareció convencer para nada a los cubanos.

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Un viaje hacia el último día de Ernesto Guevara

HOMENAJE AL CHE EN LA HIGUERA

Cientos de jóvenes llegados de todas partes del mundo más bolivianos y argentinos comenzaban ayer su marcha desde Vallegrande hacia La Higuera, donde fue fusilado el Che Guevara tras ser capturado el 8 de octubre de 1967.

Por Martín Piqué
desde Vallegrande, Bolivia
Lunes, 08 de Octubre de 2007

La tarde empieza a morir sobre la plaza céntrica de esta ciudad colonial fundada en 1614. El cielo se tiñe de un azul oscuro, las campanas de la iglesia señalan que ya son las seis. Una colorida bandera wiphala, que representa a todas las etnias de los Andes, se agita sobre un camión atestado de gente. Se escuchan gritos, un rubio con aires de hippie corre desesperado y logra aferrarse a una pequeña escalerita en el costado del vehículo. Es la señal que esperaba la multitud. Una señal de largada hacia el camino que todos quieren recorrer en la noche que se asoma. La ruta hacia La Higuera, el poblado en el que el ejército boliviano mató a Ernesto Guevara por orden de la CIA. Los participantes se trasladarán trescientos kilómetros hacia el sudoeste, hasta llegar a la escuelita en la que el soldado Mario Terán fusiló al Che con ráfagas de ametralladora en el pecho para que pareciera muerto en combate.

Los visitantes recorrerán en sentido inverso el mismo camino que hicieron los militares bolivianos que querían mostrarle al mundo el cadáver del Che. Llevaron su cadáver desde La Higuera hasta Vallegrande, allí lo exhibieron en la pileta de la lavandería del hospital. Un reportero gráfico al servicio del ejército, Fredy Alborta, retrató ese instante en el que alrededor del cuerpo tendido se veían hombres codeándose por aparecer en la foto. La imagen también recorrió el mundo, como la postal de Korda. El ensayista inglés John Berger comparó el rostro y la escena con el cuadro La lección de anatomía, de Rembrandt. Esa pileta de lavandería se ha convertido en un lugar de introspección, de peregrinación casi religiosa. En sus paredes hay cientos de inscripciones.

La caravana de vehículos comienza a salir de Vallegrande, el silencio se apodera de la plaza que hasta hace minutos era el lugar de encuentro de los participantes del II Encuentro Mundial Che Guevara. Es el segundo foro que se organiza en Bolivia con motivo del aniversario de su muerte. El primero se hizo hace diez años, cuando el ultraderechista Hugo Banzer gobernaba Bolivia y se cumplían treinta años de su caída. Esta vez el contexto es muy distinto: con Evo Morales en el gobierno, las actividades en homenaje al Che recibieron el apoyo explícito de la administración boliviana. Diez años atrás el encuentro había sido posible gracias al impulso de organizaciones sociales, sindicatos y estudiantes: toda una parábola de las transformaciones políticas en este país. Pero los cambios no les gustan nada a los sectores poderosos del Oriente.

Tras la lluvia que cayó durante toda la noche del viernes, las callecitas de Vallegrande están cubiertas por una capa mínima de agua y barro que obliga a caminar con cuidado. Los visitantes caminan haciendo equilibrio, algunos aprovechan las lonas que los comerciantes han colgado sobre las veredas. Así protegen su oferta de productos, que va desde las “salteñas”, empanadas de harina de maíz rellenas con papa y carne, hasta los típicos sándwiches de carne de cerdo con cebolla y tomate que se preparan a la vista. Entre los transeúntes aparece el cantautor uruguayo Daniel Viglietti. Su presencia también es otro pequeño indicio de los cambios que asustan a la burguesía cruceña. Por las calles también se puede ver a varios cubanos que combatieron con el Che en la Columna Cuatro y en el ELN de Bolivia. Uno de ellos es moreno y lleva una camisa blanca, no una guayabera. Aunque nadie parece haberse dado cuenta, tiene los mismos rasgos que el joven de rostro anguloso que aparece en el identikit del ejército que se ve en la muestra fotográfica. El identikit ofrecía una recompensa y lo llamaba Urbano. Así le decían en el ELN: su nombre completo es Leonardo Tamayo y es uno de los cinco sobrevivientes de la guerrilla de Ñancahuazú. Luego del mediodía, Urbano participa de una conferencia en el Teatro Parroquial. Algunos testigos se sorprenden al enterarse de que era uno de los dos escoltas del Che (ver aparte).

Los pequeños negocios de Vallegrande siguen su ritmo habitual, aunque agradecen con una sonrisa la llegada de visitantes dispuestos a gastar algunos dineros. En el cafetín La Cueva se reciben tandas de alemanes e italianos. Por el televisor del salón están pasando el clásico River-Boca, al que el dueño parece no prestarle atención. Al conocer el resultado, el cronista de Página/12 hará un esfuerzo para hacer lo mismo. En la ciudad se ven pocos argentinos, dos militantes de Libres del Sur y el Movimiento Evita, otros de la Brigada General San Martín. Por la tarde aparecerá un grupo de catorce jóvenes maoístas del Partido Comunista Revolucionario.

Todos ellos estuvieron en el primer acto importante del encuentro, la entrega de diplomas del programa de alfabetización “Yo sí puedo”.

Los cubanos se pueden identificar por su acento alegre, sus bigotes y una gorrita deportiva con la estampa del Che. Lejos del estilo protocolar tan habitual en los partidos mayoritarios argentinos, la delegación de la isla no hace distinción entre funcionarios, colaboradores y custodios. Se puede confundir al embajador de Cuba en Bolivia, Rafael Dausá Céspedes, con uno de sus allegados: todos los cubanos visten parecido. “Cada vez que llego a la escuelita de La Higuera se me ponen los ojos húmedos. No puedo dejar de pensar que esa tierra está bendecida por la sangre del Che”, cuenta Dausá Céspedes a Página/12.

Por la mañana, el diplomático encabezó el acto con los alfabetizadores. El embajador de Cuba hizo allí un balance de la tarea de los 2180 médicos y los 119 educadores que la isla envió a Bolivia por pedido de Evo. “Si el gobierno y el pueblo boliviano nos piden más, habrá más. Nosotros no seremos nunca dueños de ninguna concesión minera, no seremos dueños de ningún pozo petrolero. Seremos dueños del cariño y el amor del pueblo boliviano”, dijo Dausá Céspedes. Los asistentes lo aplaudieron, en Bolivia se está hablando mucho de los efectos de la asistencia cubana. Esa ayuda llega también hasta la Argentina (Página/12 pudo ver cómo dos ancianas argentinas cruzaban la frontera desde Pocitos a Salvador Mazza con uno de sus ojos vendado. En Bolivia habían sido operadas de cataratas o pterigio, una enfermedad de la córnea, por especialistas cubanos).

Antes de que la caravana parta hacia La Higuera, en la plaza se empiezan a juntar los que quieren viajar, los que aún no saben a qué vehículo subirse. Frente a la Casa de la Cultura se realiza una muestra de teatro callejero. Unos jóvenes se disfrazan detrás de una 4x4 de la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb), los recibe un gentío en forma de ronda. Se trata del grupo de teatro Los Igualitarios. Representan la historia reciente de Bolivia. El más alto de los actores aparece disfrazado de Tío Sam, el público –en su mayoría bolivianos– lo recibe con abucheos y risas. Otro personaje lleva lentes oscuros, peluca rubia y habla como un gringo. Es Goni, o Gonzalo Sánchez de Losada, el ex presidente acusado de genocidio por reprimir las protestas sociales: “Mira las riquezas naturales que tiene Bolivia”, le dice Goni al Tío Sam. Los actores se ríen, el público también. Tras quitarse el sombrero de barras y estrellas, el actor que representó a Tío Sam dice que el Che los inspiró para hacer la obra. Que lo mismo hizo con el pueblo boliviano.

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“Era un argentino cojonudo, valiente hasta la locura”

BIOGRAFOS Y ESCRITORES PIENSAN LA FIGURA DE GUEVARA

El hombre más cool de la década de JFK y Malcolm X, el vagabundo que vagaba mundos, un Icaro latinoamericano... Jon Lee Anderson, Paco Ignacio Taibo II, Abel Posse, Mariano Rodríguez Herrera y Ciro Bustos analizan la intensidad política del Che y cómo llegó a convertirse en un símbolo que excede a la revolución y a la lucha antiimperialista.

Por Silvina Friera
Lunes, 08 de Octubre de 2007

Fue un meteoro político cuya intensidad y audacia se potencian y expanden por el mundo en un monosílabo que suena, de acuerdo con quien lo pronuncie, como sinónimo de revolución, de lucha antiimperialista, irreverencia, rebeldía, idealismo o romanticismo. Hace cuarenta años, segundos antes de morir en una escuela de La Higuera, Ernesto “Che” Guevara le dijo a su verdugo, el sargento boliviano Mario Terán: “Apunte bien y dispare. Va a usted a matar a un hombre”. En el preciso instante en que las dos ráfagas de fusil automático fueron descargadas sobre el cuerpo del Che, moría el hombre y empezaba a nacer el mito. El periodista y biógrafo Jon Lee Anderson, los escritores Paco Ignacio Taibo II y Abel Posse, el historiador cubano Mariano Rodríguez Herrera y el argentino Ciro Bustos –miembro fundacional del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) y uno de los hombres de mayor confianza de Guevara en Bolivia– repasan junto a Página/12 las imágenes que se fueron cristalizando en torno del mito: el hombre más “cool” de la década de Marilyn Monroe, JFK, Malcolm X y Jim Morrison; el Icaro latinoamericano; el vagabundo “que vagaba mundos”; el argentino cojonudo, “valiente hasta la locura” que combatía de pie; el referente y punto de apoyo moral para muchos jóvenes del mundo, el hombre que murió con dignidad, “como el personaje del cuento de London”, según plantea Ricardo Piglia.

Icaro latinoamericano

“Lo más increíble del Che es el hecho de que intentó cambiar el mundo desafiando al poder más fuerte de la tierra, y lo hizo poniéndose él mismo en el campo de batalla”, opina Jon Lee Anderson desde Nueva York. “Su historia, su vida dramática, su imagen varonil, la forma en que murió, valientemente, y lo que preconizó, cambiar el mundo, lo hacían un personaje totalmente singular, un símbolo universal del idealismo y la rebeldía, cualidades por excelencia de la juventud”, añade el autor de Che. Una vida revolucionaria. “Como Icaro en la mitología griega, intentó volar al sol y murió en la hazaña, desoyendo a su padre –compara su biógrafo-. Es universal la admiración que tenemos hacia este tipo de figuras, aunque sean condenados a morir por su audacia.”

–¿El Che es uno de los primeros iconos de la globalización?

–El Che es, sí, uno de los primeros iconos de la globalización, pero de la globalización temprana que comenzó antes del boom de los últimos quince años. Es además una figura de culto retro-chic; era el hombre más cool de la década de Marilyn, JFK, Malcolm X y Jim Morrison. Pero por su contenido político, tiene más peso y vigencia que todos ellos; su legado es haberse convertido en casi la destilación de los sueños de cambio radical de aquella época desvanecida pero añorada.

El vagabundo

“Cuando compones el cuadro del Che, encuentras un montón de cosas que no se corresponden con los estereotipos del héroe militar ortodoxo”, dice Taibo II, uno de los biógrafos del Che. “Encuentras un vagabundo, un antijerárquico, un irreverente, un igualitario, un amante de la poesía.” La semana pasada llegó a las librerías del país El cuaderno verde del Che (Seix Barral), una antología integrada por 69 poemas de Pablo Neruda, Nicolás Guillén, León Felipe y César Vallejo, copiados por Guevara en la selva boliviana, con prólogo de Taibo II. El libro fue encontrado por tres oficiales y un agente de la CIA en la mochila del Che, pocas horas antes de que fuera asesinado. “Todo intento de sesgar al Che es un error grave. Me ponen los pelos de punta los libros que sesgan al personaje y no lo meten en contexto”, advierte Taibo II. “Cuando la izquierda más neardenthal de América latina toma ocho frases del Che y se queda con la guerra de guerrillas, pierde al Che, se le va. Cuando lo quieren reducir al animal político y no toman en cuenta la cotidianidad de los actos políticos antijerárquicos del Che en la vida diaria, se les va el Che, lo pierden, no es ése. El Che es básicamente un hombre que habla con hechos que son de composición múltiple. Tiene una vertiente de vagabundo que toda su vida lo ha de acompañar. Y esta vertiente es muy sana. El término vagabundo ha sido calumniado por la burguesía, que lo ha sustituido por ‘turista de élite’, los que recorren los países con vidrios polarizados. El Che era un vagabundo, vagaba mundos.”

Argentino cojonudo

El periodista, historiador y escritor cubano Mariano Rodríguez Herrera pertenecía a la célula de Propaganda del movimiento 26 de Julio. Le enviaba al Che, desde su provincia, Camagüey, noticias sobre las acciones del 26 para que el Che las trasmitiera por Radio Rebelde, la emisora que fundó y dirigía en la Sierra Maestra. “Los compañeros de la Sierra decían que era un argentino cojonudo, valiente hasta la locura, que muchas veces combatía de pie”, recuerda el escritor en diálogo con Página/12. “No todos los jóvenes conocen al Che sólo por las remeras y posters. En Cuba, por supuesto, no es así. Se le conoce por toda su vida de revolucionario de una pureza de ideales únicas”, aclara el autor de Tania, la guerrillera del Che, recientemente publicado por Sudamericana. “En cuanto al resto del mundo, es cierto que se le conoce por las remeras y los posters, pero muchos de los jóvenes que usan esas remeras participan en manifestaciones contra la guerra en Irak y contra el asesino múltiple de mujeres y niños que es Bush. El Che es más que un mito. Es una bandera de las ideas más nobles de la condición humana, como decía André Malraux, y las banderas, aunque les dispares con una ametralladora, como hicieron con Guevara en La Higuera, y las llenes de perforaciones, siguen flotando en su asta bajo el sol de cada día.” Rodríguez Herrera considera que muchos aspectos de la vida del Che contribuyeron a generar el mito. “Desde niño fue consecuente con sus ideas y por ellas luchó en Cuba, en el Congo y en Bolivia. El se consideraba un Quijote, por eso, en la carta de despedida a sus padres, escribió: ‘Ya estoy nuevamente con mi adarga al brazo y siento bajo mis talones los hijares de Rocinante. Me dicen aventurero y lo soy... pero de nuevo cuño, de los que arriesgan el pellejo por sus ideas’.”

Punto de apoyo moral

Che Guevara, el pensamiento rebelde (Peña Lillo, Ediciones Continente), de Guillermo Almeyra y Enzo Santarelli, es uno de los libros reeditados por el aniversario de la muerte de Guevara. En el prefacio a esta nueva edición, Almeyra, historiador argentino y doctor en Ciencia Política, escribe: “Perdió la vida –que para él no valía nada si no se la ponía al servicio de la liberación de la humanidad– no por quimérico sino por optimista, no por tener una supuesta pulsión suicida sino porque no midió a fondo el miedo y el odio que despertaba entre los burócratas de los partidos comunistas y confió demasiado en ellos, que lo dejaron solo o lo traicionaron, como los dirigentes del PC boliviano”. Almeyra señala que el Che luchó contra los excesos del arbitrio y de la brutalidad de la burocracia, y subraya que Guevara salvó de la prisión y quizás de la muerte a revolucionarios que tenían ideas propias y que se opuso a la destrucción del plomo de la edición cubana de La revolución traicionada, de León Trotsky, sosteniendo que quienes no estaban de acuerdo con esas u otras obras deberían rebatirlas y no hacerlas desaparecer. “Su lucha antiburocrática se convirtió así involuntariamente en un combate contra la superficie, los epifenómenos, de esta plaga de la sociedad moderna y contra las manifestaciones más groseras del burocratismo: la corrupción, la ignorancia, la incapacidad, el autoritarismo. De ahí su popularidad aún hoy en Cuba y en buena parte de la juventud mundial, pues quienes rechazan los privilegios, la corrupción, las órdenes sin sentido ‘desde arriba’ encuentran en el Che un punto de apoyo moral y un modelo político”.

Suicidio colectivo

“Es una obligación recordar el corto período en que se desarrolla tanto su vida, como su accionar, en circunstancias históricas que han cambiado casi totalmente. Sobre todo, en lo que hace a la factibilidad de poner en práctica sus ideas”, dice Ciro Bustos, desde Malmö (Suecia), donde está radicado desde mediados de los ’70. “La miseria universal y la injusticia son mayores, pero el poder opresor también, polarizado en torno al imperio. La idea central de sus propuestas –enfocadas teóricamente en sus escritos–, es la de que no se llega a ningún cambio social, favorable a los desposeídos, sin luchar. Pero en aquel entonces las luchas contra explotadores locales o regionales se enfrentaban al mismo nivel de fuerzas represoras, locales o regionales. El poder global, actúa ahora –con tecnología de manos limpias–, directamente contra los pueblos en que se produzcan brotes de la voluntad de luchar, y con una estrategia transparente, dejando en evidencia que lo que importa son las reservas de bienes materiales y no los humanos. La lucha armada es un suicidio colectivo”, plantea Bustos, que acaba de publicar El Che quiere verte (Vergara), memorias en las que repasa, después de cuatro décadas de silencio militante, su experiencia en Salta y Bolivia.

“Las mitificaciones se usan a veces para mistificar, y la verdad resulta ser víctima de deformaciones interesadas. No he sido más que un testigo y partícipe de hechos que han cobrado fuerza histórica. Pero tenemos la obligación de testimoniar para que nuevas generaciones puedan rearmar la historia verdadera. Lo que no se podía decir entonces, se debe decir ahora.” Bustos cuenta la nostalgia del Che por Argentina: “En cuanto encontraba el hueco necesario en el caos, me llamaba para conversar, junto a su hamaca y hasta en mis puestos de guardia. De pronto, no había una guerra desatada, no había mosquitos, no teníamos hambre. Ni siquiera había planes frustrados. Era, quizás, la última oportunidad de rememorar motivaciones que lo habían puesto en marcha y a las que no pudo regresar”.

Un hombre de acción

En Los cuadernos de Praga, reeditada por Emecé, el escritor Abel Posse propone un acercamiento a la personalidad humana del Che, indagando en un episodio poco conocido de su vida: la estadía secreta en Praga, durante cinco meses (antes de la batalla final en Bolivia), por donde “andaba disfrazado de burgués, con lentes y traje gris, y hacía bromas de su condición”. Posse sugiere que sólo la novela podía liberarlo de su imagen de profeta de la liberación. “Elegí la novela como forma de rescatarlo en su realidad humana y al mismo tiempo enaltecerlo en su coraje un poco inútil”, afirma Posse. “El Che fue derrotado como militar, pero fue un combatiente que defendió sus ideas hasta la muerte. Fue uno de esos pocos personajes que tuvieron un destino rutilante, que fue la perfección de un símbolo. Es como si hubiera esculpido una figura para la posteridad. El Che no aportó grandes ideas al marxismo. Era un combatiente, un guerrero, un hombre de acción”, plantea el escritor. “La juventud está viviendo un tiempo de decadencia, no hay ideas nobles por las cuales luchar; entonces, la imagen del Che se enaltece casi hasta un punto religioso.”

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Como un personaje de London

Lunes, 08 de Octubre de 2007

En El último lector (Anagrama), Ricardo Piglia analiza la tensión entre el acto de leer y la acción política en el Che. “Hay una escena en la vida de Ernesto Guevara –señala Piglia– sobre la que Cortázar ha llamado la atención: el pequeño grupo de desembarco del Granma ha sido sorprendido y Guevara, herido, pensando que muere, recuerda un relato que ha leído. Escribe Guevara, en los Pasajes de la guerra revolucionaria: ‘Inmediatamente me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en el que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en el tronco de un árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte, por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo’.” El cuento de London, comenta Piglia, es Hacer un fuego. Hacia el final del ensayo, el escritor evoca otra escena que funciona casi como una alegoría, antes de que el Che fuera asesinado en La Higuera. “La única que tiene con él una actitud caritativa es la maestra del lugar, Julia Cortés, que le lleva un plato de guiso que está cocinando la madre. Cuando entra, está el Che tirado, herido en el piso del aula. Entonces –y esto es lo último que dice Guevara, sus últimas palabras–, Guevara le señala a la maestra una frase que está escrita en la pizarra y le dice que está mal escrita, que tiene un error. El, con su énfasis en la perfección, le dice: ‘Le falta el acento’. Hace esta pequeña recomendación a la maestra, la pedagogía siempre, hasta el último momento.” La frase escrita en la pizarra de la escuela era: “Yo sé leer”. Para Piglia, que ésa haya sido la frase, “que al final de su vida lo último que registre sea una frase que tiene que ver con la lectura, es como un oráculo, una cristalización casi perfecta”.

“Murió con dignidad, como el personaje del cuento de London –concluye Piglia–. O, mejor, murió con dignidad, como un personaje de una novela de educación perdido en la historia.”

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Aun a riesgo de parecer ridículo

Por Alberto Szpunberg *
Lunes, 08 de Octubre de 2007

Fue en un bar de Once. Me senté, como era la norma, de cara a la puerta, a esperar al compañero. De pronto, alguien puso más fuerte la radio. En el bar se hizo un silencio que se impuso de golpe, como el del mar cuando se retira. Entró el compañero, se sentó a la mesa, me miró a los ojos y nos lo dijimos todo. Venía de enterarse en el colectivo. Al menos, para nosotros, los de la Brigada Masetti, era una muerte anunciada. Sabíamos desde un principio que el Che estaba en Bolivia y el mensaje de Ciro Bustos, ya preso en Camiri, había sido muy claro: la situación era desesperante. El Che estaba sentenciado, tanto por los enemigos como por los amigos. Un compañero había viajado a La Habana para transmitirlo, pero había topado con un muro de silencio. Y nada pudimos hacer, aunque lo intentamos. Estábamos solos. Claro, en ese momento, no lo sabíamos. Lo sabemos ahora, cuando el reflujo del mar continúa. De todos modos, la eventualidad de la muerte era parte de nuestra vida cotidiana y el Che, por suerte, no era inmortal, sino empecinadamente humano. Incluso hasta en sus errores, empecinadamente humano. Y el compañero y yo salimos del bar y nos fuimos a seguir con nuestras tareas. Al fin y al cabo, era lo que el Che nos había enseñado.

Y así fue: el Che murió solo, con un puñadito de solos, exhaustos, desperdigados, perseguidos como perros, pero fieles al sueño de “una humanidad que ha dicho basta y se echó a andar”. Quienes entonces lo odiaron, lo convirtieron en moneda de cambio y hoy lucran con su imagen. Es su manera de rematarlo. Quienes en su momento lo traicionaron, hoy lo convierten en bronce, liturgia, mero retrato, y hasta lo pasean en procesión. Quienes lo amaron y aún lo aman, estuvieron y están solos, pero insisten, quizá por eso que él mismo nos dijo: “Aun a riesgo de parecer ridículo, diría que un revolucionario se mueve por grandes sentimientos de amor”. Y el amor no necesariamente es correspondido por la razón, y mucho menos por la razón de Estado. Quienes lo amaron y aún lo aman no hablan mucho, contemplan el mundo con estupor, rechazan los cargos, los galones, las medallas y, “aun a riesgo de parecer ridículos”, tozudamente aman lo que aman: esa humanidad tan inmensa que cabe en una sola sílaba, minúscula y en minúscula. Porque nunca un monosílabo, para colmo inserto en el lenguaje más cotidiano, dio tanto que hablar. ¿Quién de nosotros que invoque al prójimo no reitera su nombre? Y acá estamos, a la espera de la marea alta que, sin duda, si los mares no se secan, tarde o temprano se echará a andar.

–¿Vos creés?

–Sí, che, quiero creerlo.

* Poeta, autor de El Che amor.

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