Friday, July 28, 2006

Página/12 Special



Página/12:
En camino a ser ciudadanos de uniforme

SE ELIMINARA EL CODIGO DE JUSTICIA MILITAR Y SE DEFINIRA OTRO REGIMEN DISCIPLINARIO

El anteproyecto de un nuevo sistema que derogue la pena de muerte, someta a los uniformados a la Justicia ordinaria y regule otro régimen de sanciones y de delitos en tiempos de guerra fue entregado ayer por la ministra de Defensa, Nilda Garré, a las Fuerzas Armadas. Argentina se comprometió ante la CIDH a replantear la Justicia militar.

Por Nora Veiras
Viernes, 28 de Julio de 2006

La eliminación del Código de Justicia Militar que implica la desaparición en el ordenamiento jurídico argentino de la pena de muerte y la supresión de un virtual fuero castrense son dos de los ejes del anteproyecto de reforma del sistema de Justicia que le entregó a la ministra de Defensa, Nilda Garré, la comisión ad hoc creada en marzo pasado. Ayer recibieron el borrador los jefes de las tres Fuerzas Armadas y del Estado Mayor Conjunto. Se prevé que en octubre, el Ejecutivo enviará al Congreso los proyectos de ley para hacer operativo el nuevo sistema, que reubicará a los uniformados en el mismo escalón que el resto de los ciudadanos. De esa forma, cumplirá con el compromiso de “solución amistosa” del conflicto planteado contra el Estado argentino ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por dos militares a quienes no se les garantizó el derecho a defensa.

La derogación del Código de Justicia Militar vigente es la primera medida que se tendrá que tomar para poner en práctica el nuevo sistema. En simultáneo se propone la modificación del Código Penal, de forma tal que toda decisión del ámbito militar pueda ser revisada por la Justicia Civil. En 1984, el ex presidente Raúl Alfonsín dispuso como excepcionalidad que los fallos castrenses puedan ser apelados ante la Justicia Federal por la reticencia de los uniformados a procesar a los responsables del terrorismo de Estado. En el 2000, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (Consufa) tuvo la audacia de declararse competente en la causa abierta por el robo de bebés, decisión que no prosperó por el rechazo de la Cámara de Casación. Hoy en día, los represores –entre ellos Luciano Benjamín Menéndez y Miguel Etchecolatz– suelen negarse a declarar y reclaman la jurisdicción militar. La posibilidad de esbozar ese argumento caerá, de hecho, con la reforma propuesta.

El 6 de marzo pasado, Defensa convocó para elaborar el proyecto al ministro de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni en su rol de presidente del Instituto de Derecho Penal de la Universidad de Buenos Aires (UBA); al director del Inecip, Alberto Binder; a la jueza Mirta López González, de la Asociación de Mujeres Jueces; a Gastón Chillier, director ejecutivo del CELS; a Diego Frydman, del Cippec; a Gabriel Valladares, de la Cruz Roja; al contraalmirante José O’Reilly, auditor general de las Fuerzas Armadas; y al coronel auditor Manuel Lozano. Durante cuatro meses, los especialistas trabajaron en tres subcomisiones: una analizó cómo incorporar al Código Penal los delitos de tipo militar, otra se ocupó de elaborar un régimen disciplinario que regule el comportamiento dentro de las Fuerzas Armadas y otra elaboró un sistema de normas sobre la actividad militar en tiempos de guerra y en las misiones de paz.

En quince días, las Fuerzas Armadas tendrán que elevar a Defensa sus observaciones sobre el proyecto. También será sometido a consideración de los departamentos de Derecho Penal y Derecho Público de las universidades nacionales; departamentos de Ciencia Política y organizaciones de la sociedad civil. Una vez concluido el proceso se elevarán tres proyectos de ley:

- De modificación del Código Penal.

- De creación de un nuevo Régimen Disciplinario.

- De regulación de delitos en tiempo de guerra.

Chillier explicó a Página/12 que el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) fue invitado a participar en su carácter de “patrocinante del capitán del Ejército Rodolfo Correa Belisle ante la CIDH contra el Estado argentino. Correa Belisle fue sancionado por haber declarado en contra de sus superiores en el caso de encubrimiento del homicidio del soldado Omar Carrasco. En aplicación del Código de Justicia Militar no se le otorgaron las garantías procesales: no se le permitió contar con un defensor de confianza, no pudo presentar pruebas y el tribunal militar carecía de imparcialidad porque dependía de los militares que habían sido acusadospor el testigo”. El asesinato de Carrasco se produjo el 16 de marzo de 1994 y fue el detonante de la eliminación del servicio militar obligatorio. Correa Belisle fue absuelto en la causa y en 1997 presentó su caso ante la CIDH. En febrero del 2004 se declaró la admisibilidad del caso por “violaciones a los derechos de libertad ambulatoria, a las garantías procesales y al acceso efectivo a un recurso judicial”.

Con el fin de evitar la sanción del país, el gobierno argentino admitió los términos de “una solución amistosa”, que obliga a la modificación del Código de Justicia Militar y la eliminación, de hecho, del funcionamiento del fuero castrense. Si bien los motivos son diferentes, el caso Argüelles, un oficial de la Fuerza Aérea que fue acusado por defraudación y juzgado por el Código Militar, también fue admitido por la CIDH por violación al derecho de defensa.

“Es particularmente rescatable que el reclamo de transformación de las instancias de justicia militar provenga de militares que, habiendo estado en funciones, fueron sometidos a un régimen de justicia que no contempló derechos básicos como, entre otros, la imparcialidad e independencia del juez, el derecho de defensa y la posibilidad de recurrir la sentencia”, señaló el comunicado de la cartera de Defensa.

–¿Por qué hay que derogar el Código de Justicia Militar? –le preguntó Página/12 a Zaffaroni en una entrevista publicada en marzo pasado.

–Porque es el modo de sacar toda la parte penal, que pasaría a la Justicia Federal. Pero, además, porque toda la justicia penal militar es inconstitucional. Para realizar un acto jurisdiccional quien juzga tiene que tener independencia, no puede estar en relación jerárquica de un poder del Estado, salvo el Judicial. La relación jerárquica más estricta es la relación jerárquica militar. Entonces el problema es que en el Consejo de Guerra, quienes actúan como jueces militares no son independientes, es decir no pueden ser jueces. También hay otras cuestiones inconstitucionales, como que no está garantizado el derecho de defensa. De acuerdo con el Pacto de Ginebra, el prisionero de guerra enemigo, en tiempos de guerra, que comete un delito, tiene más garantías que un soldado argentino en tiempos de paz. Esto está revelando que hay algo ahí que no funciona.

Los abogados de las Fuerzas Armadas empezaron a analizar ayer mismo el borrador entregado por Garré. En el trabajo en las subcomisiones los dos uniformados armonizaron criterios con el resto de los especialistas. En el Edificio Libertador confían en que las sugerencias sobre el borrador base permitirán avanzar sin mayores dificultades para poder cumplir con el compromiso ante la CIDH. La premisa es que los “militares son ciudadanos que trabajan de militares”.

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Israel frenó su ofensiva terrestre

SIGUEN LOS BOMBARDEOS EN GAZA Y EL LIBANO, Y LOS MISILES DE HEZBOLA EN HAIFA

A las operaciones militares y las muertes de civiles se sumaron amenazas de Al Qaida. Un ministro israelí dijo que el mundo apoya la ofensiva lanzada por su país. En Palestina sigue la disputa entre las facciones árabes.

Viernes, 28 de Julio de 2006

Israel no se rinde y sigue atacando al grupo islamista Hezbolá en el Líbano. A pesar de haber tenido un día negro el miércoles, con la muerte de 14 soldados en una emboscada, el gabinete de seguridad israelí se pronunció ayer por intensificar los bombardeos aéreos y llamó a nuevos reservistas. Lo hizo envalentonado por la tibieza de la conferencia internacional de Roma, de la cual interpretó un mensaje de apoyo para la continuidad de la guerra. Mientras tanto, la red terrorista Al Qaida prometió atentados de represalia contra Israel y sus aliados. Los bombardeos continuaron también en la Franja de Gaza, donde volvió a quedar en evidencia la tensión entre los partidos palestinos.

La guerra de Medio Oriente sumó ayer un nuevo actor: la organización terrorista Al Qaida. En un mensaje de video dado a conocer ayer por la cadena de televisión qatarí Al Jazeera, el número dos de Al Qaida, Ayman al Zawahiri, llamó a una alianza de los combatientes musulmanes más allá de sus diferencias sectarias. “No podemos mirar los cohetes que llueven sobre nuestros hermanos en Gaza y el Líbano, y seguir inactivos y sumisos”, dijo Al Zawahiri. “Los cohetes y misiles que destrozan cuerpos musulmanes en Gaza y el Líbano no son únicamente israelíes. Proceden y son financiados por todos los países de la alianza de los cruzados”, indicó el líder terrorista en referencia a Estados Unidos y al resto de aliados occidentales. “Así, cualquiera que haya participado en el crimen, debe pagar el precio. El conjunto del mundo es un campo abierto para nosotros. Ya que nos atacan por todas partes, atacaremos por todas partes”, agregó.

Las amenazas de Al Qaida parecieron no preocupar a la dirigencia israelí, que se reunió en Tel Aviv. Allí, el gabinete de seguridad decidió autorizar “la movilización de las unidades de reserva para reforzar el potencial militar y las capacidades de enfrentar a Hezbolá en el frente en el Líbano y en Gaza”. La mayoría de los miembros del gabinete de seguridad se pronunció asimismo por aumentar los bombardeos aéreos contra lo que consideran bastiones de Hezbolá, pero limitar los ataques terrestres y así minimizar las bajas en los combates.

Por otra parte, el jefe del Estado Mayor israelí, Dan Halutz, afirmó que el ejército israelí “infligió daños estratégicos enormes a Hezbolá”. Aviones y helicópteros israelíes realizaron ayer más de sesenta ataques contra un bastión de ese grupo en el sur del valle oriental de la Bekaa. Al menos nueve personas murieron en los bombardeos israelíes, con lo que trepó a 432 la cifra de muertos en el Líbano tras 16 días de conflicto.

Según el gobierno israelí, estas acciones fueron autorizadas implícitamente por la conferencia internacional celebrada el miércoles en Roma, que fracasó a la hora de fijar un alto el fuego entre Israel y el Líbano. El ministro israelí de Justicia, Haim Ramon, provocó indignación en algunas capitales europeas al declarar que “hemos recibido ayer (por el miércoles) en la conferencia de Roma la autorización del mundo para continuar la operación, es decir esta guerra, hasta erradicar la presencia de Hezbolá del Líbano y provocar su desarme”.

Hezbolá, que lanzó ayer cerca de 75 cohetes al norte de Israel, tampoco tiene intenciones de abandonar la batalla. El jefe de ese movimiento islámico, Hassan Nasrala, llegó ayer a Damasco para reunirse con el presidente sirio, Bashar Assad, y el jefe del Consejo Nacional de Seguridad de Irán, Ali Larijani, según anunció el diario kuwaití Al Seyassah. El periódico, que cita fuentes sirias “bien informadas”, afirmó que el encuentro de Nasrala con Assad y Larijani tiene como objetivo mantener la provisión de armamentos para los combatientes de Hezbolá que luchan contra las tropas israelíes en territorio libanés.

El otro frente de guerra, en Gaza y Cisjordania, tampoco fue abandonado. La aviación israelí bombardeó tres depósitos de armas y cohetes en posiciones de las facciones palestinas en el barrio de Seyayie, al noroeste de la ciudad de Gaza. Residentes palestinos informaron que antes de los bombardeos recibieron avisos telefónicos grabados advirtiéndoles del peligro y aconsejándoles que abandonaran sus casas. Los ataques dejaron tres muertos, entre ellos una anciana de 75 años y dos combatientes de 16 y 23 años de las Brigadas al Quds, el brazo armado del grupo islamista radical Jihad Islámica.

Además de los ataques, hubo tensiones a nivel político, ya que la puja entre los partidos palestinos resurgió ayer por un error de traducción. “Estamos realizando intensos esfuerzos para terminar con la captura del soldado israelí Shalit lo antes posible”, dijo el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, en una reunión con el primer ministro italiano, Romano Prodi. Las declaraciones de Abbas, formuladas en árabe, fueron inicialmente mal traducidas al italiano por el intérprete oficial del encuentro, quien dijo que el presidente palestino había afirmado que veía una “inminente solución” a la captura del soldado de 19 años, secuestrado por milicias fundamentalistas el pasado 25 de junio.

La ya complicada relación entre el gobernante partido Hamas, que no reconoce al Estado de Israel, y el del presidente de la AP, Al Fatah, volvió a tensarse tras esas declaraciones. En respuesta a la primera traducción, Abu Ubaida, un vocero del brazo armado de Hamas, negó que estuviera cerca el desenlace del caso. “Nada cambió en el caso del soldado israelí. El sigue en manos de las facciones de la resistencia y no en las manos de ningún político, ni siquiera de Abbas”, indicó el vocero.

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Guerra que se arregla con más guerra

Por Santiago O’donnell
Viernes, 28 de Julio de 2006

La guerra se empantanó. Israel no puede volver del Líbano si no vuelve victoriosa. ¿Qué significa “victoria” a esta altura del partido? Hezbolá no va a desaparecer. Entonces queda la victoria posible. Si no caen más misiles sobre Israel y vuelven los soldados secuestrados, entonces Israel podrá decir que ha ganado. Entonces podrá retirarse y abrirle paso a una fuerza internacional. Es la primera vez en muchas guerras que Israel busca la intervención de una fuerza internacional. Busca ayuda porque ya ocupó el Líbano en 1982, se quedó 17 años y le fue muy mal. Y busca ayuda porque en esta guerra tampoco le está yendo bien. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, habla de una fuerza combinada de soldados europeos y árabes, mientras su ministro de Defensa, Amir Peretz, sugirió una intervención de la OTAN.

Pero la idea de una fuerza internacional en una zona tan caliente lleva implícita una pregunta que nadie se atreve a contestar: ¿quién pone los muertos? Porque una cosa es permitir, por acción u omisión, la destrucción del Líbano y otra cosa es poner tropas propias a tiro de una guerrilla sofisticada y sin muchas razones para deponer las armas.

De este tema se ocupó el New York Times, cuyo sondeo no arrojó resultados alentadores. Estados Unidos ya avisó que no va a desplegar tropas en el mismo país donde en 1983 perdieron la vida 241 marines en un ataque suicida. Gran Bretaña informó que le gusta la idea, pero ya tiene demasiados soldados en Irak, Afganistán y los Balcanes, por lo que no podrá ser de la partida esta vez. Francia, que ya aporta al contingente de las Naciones Unidas en el Líbano y que ya perdió en ese país 58 legionarios en otro ataque suicida de 1983, sostuvo que la formación de otra fuerza es “prematura”. Alemania, país que ha servido de intermediario entre Israel y Hezbolá en el pasado, ofreció enviar tropas si Hezbolá está de acuerdo, cosa que nadie espera. Javier Solana, representante de la Unión Europea, dijo que si hay mandato de las Naciones Unidas, todo es posible. “Conozco a varios miembros de la Unión Europea dispuestos a colaborar”, dijo. Pero no los quiso nombrar. Egipto, Jordania y Arabia Saudita, los Estados árabes sunnitas que condenaron la provocación de Hezbolá, esquivaron en Roma cualquier sugerencia de aliviar con tropa propia al ejército israelí.

Entonces, mientras los veteranos de la diplomacia buscan abrir canales de diálogo, Israel y Hezbolá buscan soluciones en el campo de batalla. Algún golpe contundente que acerque a Siria a la mesa de negociaciones, o por el contrario, que obligue a Israel a canjear prisioneros. Guerra que se arregla con más guerra. Y con muertos, muchos muertos civiles que sólo los muy débiles gobiernos del Líbano y la Autoridad Palestina reclaman como propios, lo cual no es un gran problema porque los débiles no pueden negociar.

La ironía más cruel de esta guerra es que empezó cuando un grupo integrista de Palestina y otro del Líbano atacaron objetivos militares en Israel y secuestraron soldados. Mientras esos grupos disparaban cohetes sobre poblaciones civiles, Israel se abstuvo de invadir. Pero en cuanto tocaron a un militar, todo cambió. Anteayer murieron 14 militares israelíes en la batalla de Bint Jbeil. Ayer, otros tantos civiles perecieron a causa de los bombardeos. No va a alcanzar. La vida de esos civiles no vale tanto. Tendrán que morir muchos más para que los poderosos decidan que murieron demasiados.

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La guerra, Israel y ser judío

Por Ricardo Forster*
Viernes, 28 de Julio de 2006

Toda guerra es miserable y dolorosa; nada justifica la muerte de civiles, la destrucción de ciudades, el horror del bombardeo permanente. Matar en nombre de cualquier fe, religiosa o secular, es, siempre, un crimen. El ejército israelí mata, Hezbolá mata, Hamas mata, Siria mata, Irán mata, Estados Unidos mata... y la lista es mucho más larga, casi inacabable, y atraviesa la geografía entera del planeta. La guerra, en sus múltiples versiones y justificaciones, nos deja desamparados en tanto que seres humanos, nos comunica con la crueldad que llevamos muy dentro de nosotros. Israel no es todo el judaísmo ni resume toda la extraordinaria historia judía; Israel es un Estado con sus contradicciones, con sus injusticias e, incluso, perdón ante tanta crítica, con sus logros. Pero ser judío no es ser israelí, más allá de una corriente de afecto y solidaridad que podamos sentir hacia la tierra de nuestros lejanos ancestros, ni todos los judíos se sienten identificados con las políticas del Estado, e incluso están también aquellos que han desplegado críticas directas a la militarización de Israel a lo largo de los años. Pero tampoco es posible reducir brutalmente la historia judía, sus múltiples vicisitudes, su laberíntico camino, al puro y destemplado presente. El pasado nos habita, la memoria sigue escribiendo su texto en nuestros cuerpos, una memoria en la que la brutalidad de la guerra actual no puede ni debe decir la última palabra. Es odioso, parcial, injusto homologar lo que está sucediendo hoy, ahora, en el Líbano, con la condición judía; de la misma manera que también es parcial y mentirosa la reducción del conflicto a la única responsabilidad israelí, como si el mundo árabe fuera una víctima inocente, injustamente atacada por un país agresor que lo único que quiere es oprimir eternamente al pueblo palestino y, de paso, destruir al Líbano. Resulta casi inverosímil leer solicitadas o columnas de opinión de intelectuales progresistas que colocan a Israel en el puro lugar del mal y no dicen una sola palabra de Hezbolá o de las políticas agresivas de Siria e Irán, que se callan ante la muerte de civiles israelíes pero que se desgarran las vestiduras ante la muerte de civiles palestinos o libaneses. Para ellos los muertos no valen lo mismo, los únicos asesinos son los soldados israelíes mientras que del otro lado sólo hay combatientes por la libertad y la paz. Tanta ingenuidad es algo más que inverosímil, es complicidad, es esa eterna justificación maniquea que en nombre de la causa, de la lucha antiimperialista o la que sea, elige qué muertos le son funcionales y dónde poner el acento de la compasión humanitaria. A nosotros nos duelen todos los muertos y nunca dejamos de pronunciarnos contra las políticas que negaban el derecho del pueblo palestino a tener su propio Estado, del mismo modo que defendemos el derecho de Israel a la existencia sabiendo que ese derecho está siendo permanentemente amenazado por aquellos mismos que hoy se ofrecen, aunque constituyan un ejército armado hasta los dientes, como víctimas y que son reivindicados por nuestros progresistas bienpensantes. ¿O acaso los múltiples fracasos de los planes de paz, desde Camp David a Oslo, fueron responsabilidad exclusiva de los gobiernos israelíes? ¿Y qué decir de lo que Hamas proclama respecto de eliminar a Israel del mapa? ¿Y de las declaraciones del premier iraní que niega la Shoá? Israel está muy lejos de ser una niña bonita y virginal. Le caben, por supuesto, responsabilidades evidentes, pero eso no significa, no puede significar, reducir la tragedia del conflicto en Medio Oriente a la maldad “judía”.

*Filósofo. Profesor e investigador de la UBA.

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“Vamos por las praderas esquivando bombas
en un auto de la Cruz Roja”

Por Robert Fisk*
Viernes, 28 de Julio de 2006

Debía ser un viaje de rutina a través de los campos libaneses para los valientes hombres y mujeres de la Cruz Roja Internacional (CRI). Sylvie Thoral era la “líder del equipo” de nuestros dos vehículos, una francesa de 38 años de cabello marrón y ojos de acero. Los israelíes habían sido informados y habían dado lo que la CRI considera su “luz verde” para la ruta. Y, por supuesto, casi morimos. Confiar en el ejército y la fuerza aérea israelí, que rompen las convenciones de Ginebra casi todos los días, es un asunto peliagudo.

Sus aviones ya atacaron –contra todas las convenciones– los cuarteles de defensa civil en Tiro, matando a veinte refugiados. Dos veces atacaron camiones cargados con refugiados a quienes ellos mismos les habían ordenado que se fueran de sus pueblos. Ya atacaron a dos ambulancias libanesas de la Cruz Roja en Qana, matando a dos de los tres pacientes e hiriendo a todo el equipo médico, una clara y aparentemente deliberada ruptura del Capítulo IV, Artículo 24 de la Convención de Ginebra de 1949.

Pero la CRI debe confiar en el ejército israelí, de manera que salimos del sur del Líbano hacia Jezzine, hacia el sonido de las explosiones, por los muros derrumbados del castillo de los cruzados en Beaufort, a través de las destruidas calles fantasmagóricas de Nabatiyeh, con cráteres que dejaron las bombas y restos de edificios a ambos lados del camino. Para cruzar el río Litani, debimos vadear por el agua, escuchando el aullido de los aviones, un ojo en la carretera y el otro en el cielo. Sylvie y sus camaradas iban en silencio.

Había nuevos cráteres de bombas en la ruta al norte de Nabatiyeh; los ataques habían sido sólo unas pocas horas antes, algo en lo que debiéramos haber pensado. Pedazos de pertrechos cubrían los caminos, fragmentos de metralla, enormes pedazos de concreto. Pero habíamos recibido esa importante “luz verde” de Tel Aviv. Los equipos de la CRI pueden ser los únicos salvadores en las carreteras en el sur del Líbano –su reticencia para criticar a alguien, incluyendo a los israelíes y los Hezbolá, es un silencio de ángeles–, aunque su trabajo puede atacar sus emociones con tanta fuerza como un bombardeo aéreo. Un día antes habían ido al pueblo de Aiteroun, a apenas un kilómetros y medio del desastroso ataque del ejército israelí, a Bint Jbeil. En cada pueblo “abandonado” en el camino aparecía una mujer, luego un niño y luego más mujeres y los ancianos, todos desesperados por irse.

Había quizás unos 3000 de ellos anoche, Sylvie Thoral estaba tratando de obtener permiso para la evacuación del convoy. Los israelíes le prometen a los libaneses un castigo mucho peor del que ya recibieron –más de 400 civiles libaneses muertos– por el asesinato de tres soldados israelíes y la captura de otros dos a manos de Hezbolá. Pero aún así, los israelíes no han sugerido una “luz verde” para Aiteroun. “Nos ruegan que los llevemos con nosotros y no tenemos permiso para hacerlo”, dice Saidi con profunda emoción. “Sus ojos estaban llenos de lágrimas.”

Los trabajadores de CRI en el Líbano viajan sin chalecos antibalas o cascos –sus estatus de civiles es algo de lo que están muy orgullosos– e ir con ellos en la misma condición fue una experiencia extrañamente conmovedora. Viven –a diferencia de los israelíes y sus antagonistas de Hezbolá– según las convenciones de Ginebra. Creen en ellas cuando todos los demás quiebran sus reglas. Pero ayer, cuando llegamos a la ciudad de Jarjooooaa, la CRI en Beirut nos dijo que volviéramos. Los israelíes estaban bombardeando la carretera al norte, de manera que dimos vuelta los vehículos y nos dirigimos hacia el árabe Selim. La carretera estaba vacía y casi había llegado al fondo de un pequeño valle.

Fue en ese momento en que cinco grandes, oscuras, nubes de humo se dispararon hacia el cielo frente a nosotros, una bomba israelí lanzada desde el aire que explotó sobre la carretera a apenas 80 metros con ese tipo de “crac” que las revistas de comics expresan con tanta exactitud, seguida por el grito de un jet. Si hubiéramos ido apenas a más velocidad, todos estaríamos muertos. De manera que volvimos a Jarjooooaa y nos estacionamos bajo el balcón de una casa donde dos mujeres y tres niños nos miraban, sonriendo y saludando.

Pero antes de que abandonáramos nuestro viaje y antes de que Sylvie y su equipo y yo partiéramos para su base en el lejano y peligroso sur del Líbano, un hombre llevando una bolsa de verduras se nos acercó. “Por favor, corran los autos de frente a mi casa”, dijo. “Es peligroso para todos nosotros.” Me sentí totalmente avergonzado. El ataque israelí a las ambulancias en Qana –sus misiles traspasando las cruces rojas de los techos– había contaminado a nuestros propios vehículos. El era sólo un hombre. Pero para él, los israelíes habían convertido a la Cruz Roja –el símbolo de esperanza sobre nuestros techos y los costados de nuestros vehículos– en un símbolo de peligro y temor.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère

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La otra guerra de Medio Oriente
se libra por el control de la información

En Gran Bretaña, grupos árabes cuestionan la cobertura de la BBC. Y en Estados Unidos, grupos judíos denuestan a Los Angeles Times.

Viernes, 28 de Julio de 2006

Observar e informar ya no es una tarea tan simple para los periodistas. El nuevo conflicto en Medio Oriente puso bajo la lupa las dificultades y las presiones que sufren los periodistas al cubrir una guerra, especialmente en un momento en que los intereses locales se han globalizado. Arrestos de periodistas, protestas callejeras y presiones a la hora de informar son algunos de los métodos utilizados por las dos partes beligerantes, Israel y Hezbolá, en sus territorios y en el resto del mundo.

En las zonas azotadas por los ataques, las presiones y las limitaciones impuestas a los periodistas son claras. En Israel, el gobierno no permite divulgar la ubicación de posiciones o edificios militares, o cualquier otra información que consideren pueda beneficiar a los servicios de inteligencia de Hezbolá. La cadena de televisión árabe Al Jazeera denunció a Tel Aviv por obstaculizar su cobertura en la región, luego de sufrir la detención de sus periodistas en varias oportunidades. Dos semanas atrás, su corresponsal en Jerusalén, Elías Karam, había sido detenido, según la policía israelí, por dar datos específicos sobre los lugares donde habían caído varios cohetes Katyusha en la ciudad de Haifa. Al poco tiempo, y por segunda vez, le tocó al jefe de la oficina de Al Jazeera en Jerusalén, Walid al Umari. Esta vez, la policía israelí no dio detalles sobre los motivos del arresto y lo liberó el mismo día, después de interrogarlo por horas.

No es la única cadena de televisión árabe que tuvo problemas en Israel. La señal satelital iraní Al Alam también fue acusada de divulgar información sensible. Sólo a través de medios palestinos se supo que el corresponsal en Jerusalén, Kader Shanin, había sido detenido hace dos semanas. Como sucedió con los periodistas de Al Jazeera, lo liberaron después de interrogarlo.

Pero la presión israelí no sólo se hace sentir allí donde caen los cohetes. A miles de kilómetros de la censura militar, un grupo cibernético, denominado Amigos de Israel en Estados Unidos, está llamando a un boicot contra el diario estadounidense Los Angeles Times (www.geocities.com/truth masters/jointheboycott.htm). Según este grupo, el matutino relativiza sistemáticamente las acciones de Hamas y Hezbolá, al tiempo que condena en primera plana las ofensivas militares israelíes. Pero la verdadera crítica es otra. “LA Times está defendiendo los intereses árabes, no los de Estados Unidos. (...) Obviamente, a Estados Unidos le interesa que se destruya un grupo terrorista antiestadounidense como Hezbolá”, aseguran en el portal.

De forma similar, la comunidad árabe viene arrinconando a los medios presuntamente proisraelíes. El caso que más repercusión tuvo fue el de la cadena televisiva británica BBC. Cerca de 200 personas protestaron frente al edificio de la BBC en Belfast, Irlanda, el sábado pasado. El movimiento Antiguerra, los Amigos de Palestina e, incluso, miembros del Sinn Fein –brazo político del IRA– demandaron a la televisora pública una cobertura más imparcial de la situación en Medio Oriente.

Junto con las detenciones de los corresponsales de Al Jazeera en Israel, el caso más sonado de presión a la prensa fue el del informe de la cadena estadounidense CNN, manipulado por Hezbolá. El martes pasado, el corresponsal Nic Robertson mostró imágenes de la destrucción en el Líbano: los edificios desechos en Beirut, las ambulancias a toda velocidad por las calles y los cuerpos de las víctimas civiles. Casi una semana después, un colega de Robertson en CNN, Anderson Cooper, emitió un tour similar por la capital libanesa. Sin embargo, esta vez el informe tenía otro objetivo: desenmascarar la máquina propagandista de Hezbolá. Según Cooper, los voluntarios de la milicia chiíta que los acompañaban les indicaban qué edificios grabar, pero no les permitían entrar para ver qué había adentro. Las imágenes de las ambulancias tampoco eran reales. El cronista de la CNN relató cómo al llegar todas estaban paradas, esperando a los periodistas. Cuando todos habían llegado, prendieron sus sirenas y aceleraron, justo a tiempo para las fotos.

Para el especialista en medios de comunicación del diario The Washington Post Howard Kurtz todas las grandes cadenas han difundido alguna vez este tipo de tour “condicionado”. ¿Significa esto que los periodistas tendrán que pagar un precio por su seguridad si quieren seguir observando e informando? Este es sólo uno de los problemas. La otra incógnita que surge es cuánto de extranjero tienen estos conflictos actualmente. Tanto se ha globalizado la política que la guerra de Medio Oriente es una cuestión de interés nacional en Estados Unidos, en Europa y cualquier país en el que las comunidades judía y árabe son fuertes. Son tiempos de guerra y una línea muy, muy fina separa la propaganda de la información.

Informe: Laura Carpineta.

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Color calor

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona, Viernes, 28 de Julio de 2006

37 GRADOS Qué fue primero: ¿el frío o el calor? Se presume que el calor; porque ese estallido iniciático y total que fue el Big Bang, ese multimillonario e irrepetible efecto especial, tiene que haber subido la temperatura de la nada a miles de millones de grados en cuestión de segundos. Y viendo Dios, o pensando una inteligencia superior, o maravillándose el vacío absoluto del azar que eso era bueno, lo que uno u otro u otro exclamaron fue, seguro, “¡Qué calor!”.

38 GRADOS Aquí y ahora, en Europa en general y en Barcelona en particular, el slogan y el mantra y el lema sobre el escudo de armas y el pensamiento como reflejo automático y transpirado es uno y es “¡Qué calor!”. Unos pocos ingenuos o entusiastas de la materia se arriesgan a cambiarle los signos y se preguntan “¿Qué calor?” y, frente a pantallas azules o verdes a las que se les sobreimprimen mapas digitalizados, se contestan una multitud de cosas raras que, aseguran, tienen que ver con los gases en suspensión y el calentamiento global y con saharianos alientos de dragón que llegan al continente en forma de olas de calor y... Hace poco vi una película sobre un meteorólogo. Sobre la vida privada de un meteorólogo. Se llama The Weather Man y está protagonizada por Nicholas Cage y Michael Caine y es, por mucho, la mejor película que he visto en los últimos tiempos. La película tiene esa tristeza sofocante de los relatos y novelas de Richard Yates y acaba revelándonos lo que todos sospechábamos: los meteorólogos de televisión llevan vidas opacas y tristes porque son los encargados de dar malas noticias. Malas noticias aún más inexplicables que las malas noticias de costumbre (ver, por ejemplo, lo que ahora mismo está ocurriendo en la nueva entrega de esa eterna y trágica comedieta mediooriental que podría titularse Querida, ¿adivina quién viene a bombardear esta noche? y la otra noche –el calor– soñé que un misil de Israel alcanzaba a Condoleezza Rice durante su visita sorpresa a Beirut y que su volatilización pasaba a ser considerada “daño colateral”), porque se trata de malas noticias de origen casi divino en las que los “hombres del tiempo” funcionan como oráculos funestos o mensajeros sacrificables. Por eso, se me ocurre, suelen ubicarlos al final de los noticieros. Por eso, en la película antes mencionada, la gente le grita y le tira cosas al meteorólogo cuando lo ve por la calle. Por eso yo, durante todas estas últimas y eternas noches, le hablo y le ruego a mi meteorólogo de cabecera que, por favor, haga algo, solucione la cosa, me dé un respiro. Después de todo, Nicholas Cage fue uno de los candidatos para ser el nuevo Superman. Pero no. Terminó siendo otro tipo de superhéroe: un tipo que nos explica por qué hace tanto calor, pero que, al mismo tiempo, no tiene la menor idea de las razones para que así sea. Igual que nosotros.

39 GRADOS Aquí y ahora, los seres humanos nos dividimos entre los que tenemos aire acondicionado y los que no. Yo no. Y yo vuelvo a preguntarme por qué yo no. Y yo vuelvo a responderme –absurdo, masosurrealista– que el frío que proporciona el aire acondicionado “no me gusta” y que sólo es disfrutable en “dosis homeopáticas” y que la gente que vive con aire acondicionado acaba padeciendo “raras enfermedades crónicas”. A veces voy todavía más lejos y aseguro que la gente que tiene aire acondicionado se parece a esos gelatinosos y fosforescentes peces de las profundidades que jamás conocerán la superficie porque el solo reflejo del sol a través de las aguas los disolvería. Después, por supuesto, salgo de esos elegantes y frígidos ambientes y vuelvo a mi cálido departamento y lloro y lloro y lloro, pero las lágrimas se me evaporan antes de llegarme a las mejillas o se confunden con el sudor. Después me pongo a releer El cielo protector o meto copia de Lawrence de Arabia en el DVD y me digo que la cosa no está tan mal, que podría ser peor.

40 GRADOS Y fui a ver Superman porque me interesaba disfrutar de ese formidable efecto especial que es el aire acondicionado. Lo disfruté, pero no todo lo que podría haberlo disfrutado porque parte importante de la trama de Superman tiene que ver con cambios climáticos, tormentas, relámpagos y un absurdo Lex Luthor quien –teniendo acceso al conocimiento absoluto del universo– opta por convertirse en una especie de especulador inmobiliario siguiendo las pautas de los corruptos politicuchos de Marbella quienes, por estos días, saltan por los aires y por los tribunales luego de varios años de enriquecimiento territorial e ilícito. Salí del cine y me metí en el subte (la combinación del calor agobiante de la estación con la llegada de los frescos vagones climatizados produce una especie de epifanía boba pero epifanía al fin) y llegué a casa y encendí el ventilador y libros y hojas y periódicos volaban por toda la habitación y el televisor transpiraba las noticias del día: las últimas y cada vez más ocurrentes y totalizadores acusaciones de Rajoy a Zapatero (pronto le echará la culpa de que los termómetros se vean obligados a trabajar horas extra), el incesante goteo de los inmigrantes sin papeles huyendo del calor de Africa para acceder al calor europeo, las “conversaciones” o “negociaciones con ETA”... pero lo que en realidad me importaba y me sigue importando eran las últimas noticias sobre el calor. Las alertas en otros países del continente, el número creciente de muertos (vivos evaporados), las indignantes entrevistas a los frescos vendedores de equipos refrigerantes, la invasión de medusas a las playas de Barcelona, el stop de una central nuclear porque el agua del río Ebro estaba tan caliente que ya no refrigeraba, la recomendación de tomar 2,5 litros de agua al día hasta que nos salgan agallas, esas cosas... Después hablo por teléfono con algún amigo y juntos recordamos aquellos maravillosos y apenas primaverales veranos del 2004 y del 2005 e intentamos convencernos de que este 2006 jamás llegará a alcanzar las temperaturas de aquel infernal 2003 con el que las madres hoy asustan a los niños. Pero después él me dice o yo le digo –da igual– que alguien, un maldito meteorólogo, acaba de anunciar que Cataluña afronta el verano más cálido de la última década. Luego nos pusimos a pensar en cuál sería el color del calor y llegamos a la conclusión de que se trataría de ese blanco monstruoso que acecha –luego del rojo y del amarillo y del azul– en el centro mismo de una llama. El color del sol justo antes de quedarte ciego por mirarlo fijo. Enseguida, mi amigo se puso a llorar y yo le pregunté qué le pasaba y –todavía falta, agh, agosto– él me respondió que lloraba porque su desodorante lo había abandonado. Otra vez.

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